Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Pateras

04/11/2021

Otra vez se repite la historia.  Una y mil veces. Ayer, hoy, mañana. Ni el tiempo ni las intenciones la borra. Quizá nos las hay; quizá no las buscan. El mar es una trampa. Hay días que mira tranquilo, que te atrae, que parece que no es lo que es. Pero no hay que fiarse, nunca hay que dormir profundamente sobre sus aguas. Bajo esa primera apariencia, esconde escabrosos secretos: la ira que desata una traición; las ganas de venganza.

El mar es una rosa… llena de espinas afiladas; una copa de buen vino tinto a la que le echaron unas gotas de veneno; una alucinación en un hermoso desierto al caer el sol. Para tantos y tantos, es un puente deseoso que invita a ser cruzado, que incita a hacerlo, porque, al otro lado, se encontrará un enorme tesoro: la conquista de un sueño. Y aceptan esa invitación sin saber que el engaño se esconde al atravesarlo. Un engaño que comenzó incluso mucho antes, en el momento de querer alcanzar una meta llena de premios no convocados. Una carrera sin reglas. El mar es la jungla donde no siempre se salva el más fuerte. Pero eso, los mafiosos no lo cuentan.

No existe el paraíso, o puede que sí exista cuando se piensa que lo que se abandona es el infierno. Lo bueno, lo malo. Morir, si es necesario en el camino, antes que sufrir la agonía de una muerte lenta, demasiado. Nada se deja atrás, salvo el dolor de los que realmente aman; todo por delante. Y entre ese nada y ese todo: la esperanza. Querer escribir algunas líneas de un futuro… lejos, porque en el presente que viven la imposibilidad prima.

Nada es como cuentan que es, que será. Nunca o muy pocas veces. Las pateras se pierden en la oscuridad de la noche, en la negrura de los monstruos que parecen salir de las profundidades. Hace frío, hay miedo, hay olvido en las mentes debilitadas, hay hambre y muerte. El puente no tiene fin. Los finales tienen muchas caras.

Una mirada atrás es miseria, una mirada hacia adelante es posibilidad. Y arriesgan, retan a ese mar que puede que se los trague, con conciencia, sin ella. Hombres, mujeres, algunas embarazadas, niños… Creen que tras ese mar se compra la libertad. Y pagan, no solo con dinero, pese a esa cercanía que no lo es tanto, pese a la incertidumbre de la travesía. Pagan hasta con la vida. Lo curioso es que saben a quién hacerlo, saben quién organiza el viaje, dónde y cómo, aunque las mentiras se mezclen con la necesidad de creer. Ellos, sin nada,  tienen la información necesaria. Los otros, con todo, no saben nada. Querer saber lo que se quiere y obviar lo que no se desea.

Y miremos al mar. Otra vez se repite la historia. Una y mil veces. Es una trampa, es un lobo hambriento ante un rebaño de ovejas. Lo saben, unos y otros, y, aun así, deciden cruzar.

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