Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


La competencia ciudadana a examen

26/05/2023

 Esta noche a las 00:00 concluye, como todo el mundo sabe,  la campaña electoral. Algunos, si no acaso muchos,  pensamos que su final llega un poco tarde. No se soporta ni con paciencia suficiente el penoso y bochornoso espectáculo al que a los ciudadanos se nos somete durante dos semanas. Es difícil aguantar mucho más tiempo este clima político sin que el hartazgo, la  desafección y el rechazo, ya de por sí inmenso hacia estos políticos, no termine llevándonos al tedio y a una retirada definitiva del interés por los asuntos públicos. Así que bienvenida, tanto como el agua que nos cae del cielo estos días,  la clausura de campaña y esta jornada de reflexión que mejor podrían llamar, en estas condiciones, jornada de desintoxicación. 

  Las campañas electorales, además de para saturar al ciudadano, creo que nos pueden servir para tomar el pulso a nuestra calidad ciudadana y pueden ser un momento privilegiado para calibrar tanto la salud política  de los electores como, además del valor y el interés de las propuestas esbozadas por los candidatos (¡pero eso a quién le importa!), para evaluar la aptitud o competencia ciudadana de quienes se nos ofrecen para el gobierno de los asuntos que atañen a la vida en común, hacer un diagnóstico del estado de su competencia para una vida social y cívica verdaderamente democrática y responsable. 

  No sé si en los manuales de estrategia política que utilizan los que diseñan y dirigen las campañas electorales se establece como uno de los axiomas primeros e indiscutibles que a toda costa el candidato tiene que mostrarse cercano con "la gente", desde luego, si no es así lo parece mucho, porque una vez que suena el pitido de inicio de campaña, quienes se postulan como candidatos   se lanzan a la calle y  se dedican sin control alguno a dispensar abrazos, besos, achuchones, sonrisas, apretones de manos a diestro y siniestro, a parecer como si escuchan atentos y compungidos, en algunas casos. Me imagino que la orden del asesor sea que hay que mostrarse siempre como alguien absolutamente empático. No hay nada más reconfortante que experimentar que el otro nos entiende, que nos comprende, que es uno de los nuestros, que sabe lo que nos pasa y las necesidades que tenemos. Nos gusta la gente que se pone en nuestro lugar, que es capaz de sentir lo que nosotros sentimos. Es una cualidad deseada y apreciada pero el problema es que a algunos le cuesta mucho y se les nota demasiado su dificultad para conseguirlo a pesar de los esfuerzos sobrehumanos que ponen en intentar mostrarse cercanos. La empatía impostada se convierte en un insulto, en una ofensa. La política convierte en seres inaccesibles a quienes tienen el poder, los hace lejanos para el ciudadano, revestidos de solemnidades e importancias y eso hace de todos estos gestos, las muestras de afecto y cercanía,  una farsa ofensiva. Suspensos en empatía y cordialidad. 

  Y suspensos también en la capacidad para hacer uso de la razón. Hubo un tiempo en que la controversia se resolvía con la razón y no con el volumen. Sócrates se lamentaba de que el esplendor de Atenas se desmoronaba  por no haber sido capaces sus ciudadanos de encontrar  sentidos y significados comunes, por no ser capaces para el acuerdo. Sobre  esta convicción de la importancia del acuerdo  se levantó nuestra civilización. No deberíamos confiar, por tanto,  en quienes hacen del desacuerdo y el desencuentro su leimotiv político, sobre ellos no se puede construir nada.   Es sabido que nuestra política está ocupada por los sentimientos y que las campañas van dirigidas a enardecer aún más  las pasiones más básicas y los más elementales sentimientos. Es verdad que estos son necesarios pero su exageración, no olvidemos,   desemboca siempre  en un fanatismo que cierra la posibilidad a la luz de la razón.  En un reciente artículo del filósofo Daniel Innerarity , señalaba que "dejarse marcar el paso por los más ideologizados sirve para mantener unida a la tribu, pero no permite ampliar los apoyos electorales o las posibilidades de construir consensos". Y añadía "necesitamos reflexionar sobre la posibilidad de otro tipo de liderazgo que no consista en matar al adversario".

  Suspensos por todo ello en razón cordial, de la que tan acertadamente Adela Cortina considera que debe ser la base para una verdadera ética de la ciudadanía, tan necesaria hoy en la vida pública. Suspensos los candidatos y suspensos los ciudadanos que somos quienes estamos haciendo posible con nuestra falta de conciencia crítica y nuestro alejamiento del serio compromiso político que desalmados y fanáticos sean los que terminen decidiendo cuál debe ser curso de nuestras vidas.

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