Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Un payaso

16/02/2023

Cada vez que puede se enfunda en su traje de payaso. Se pone su enorme pantalón de cuadros que sujeta con unos divertidos tirantes, su camisa verde botella con flores de colores y sus grandes zapatos. No olvida su nariz roja, amarilla o azul, su peluca morada o un sombrero, depende del momento o de las prisas, esas que, a veces, le obliga a terminar de pintarse los coloretes y los ojos en el ascensor, en el coche antes de arrancar o en un lavabo cercano a la planta interesada.

Ya, sintiéndose como un verdadero payaso, derrocha los últimos minutos en casa delante de un espejo. Se mira despacio, respira fuerte, hace el amago de dejar encerradas en una caja todas las tristezas y gesticula y pone caras, como si fuera un deportista que necesita calentar antes de su gran carrera, de su partido final. Después, recuerda algún que otro chiste en voz muy bajita, como un susurro, y finalmente, ahora sí, casi gritando, dice: "Allá vamos, a robar sonrisas".

Da igual el nombre de nuestro payaso, si es hombre o mujer, si es joven o ya mayor y si vive en esta ciudad o en otra. Lo que importa es el corazón, y ese es común a todos los payasos, un corazón que está lleno de generosidad y amor. Solo así, con esos mágicos ingredientes, se consigue la fuerza suficiente para llegar a esa sala de oncología, a esas habitaciones del hospital donde se encuentran los más pequeños.

¿Quién da más? ¿Quién regala a quién? Esa es la pregunta que a otra pregunta hace este payaso que alimenta su alma con la satisfacción que le produce haber conseguido hacer sonreír a estos niños y adolescentes, incluso a los que no tienen casi fuerza ni para comer. El tiempo, su tiempo, se llena y rebosa felicidad como un manantial al saberse partícipe de otro tiempo, que en ese momento trascurre ajeno a todo lo que hay alrededor, que es mucho: agujas, miedos, quimios, dolor, incertidumbre, esperanza, pruebas, incomprensión, alegría, altas y bajas…

No se entienden esos diagnósticos que hablan de células locas y malignas en cuerpos tan inocentes y frágiles. No es entendible lo que es tan difícil de asimilar, porque no hay luna que calme esa inquietud, porque no hay palabras. Y la espera, que se convierte en desesperante en ocasiones, se proclama compañera inseparable en esta etapa en la que ver sonreír a tu niño es un regalo.

El payaso no espera a que el calendario marque un 15 de febrero para "robar" esas sonrisas que se graban en las salas hospitalarias. Él mira el suyo propio para cuadrar esos huecos que le permiten pasar algunas horas con ellos. Pero está muy bien que se lancen lazos dorados, que se sepa que cada año en España 1.200 niños y más de 300 jóvenes entre 14 y 18 años padecen cáncer y que es necesario invertir para investigar y ayudar a las familias mientras un payaso en cualquier hospital de cualquier ciudad les hace sonreír.

ARCHIVADO EN: Robos, España