José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


El rey silenciado

29/09/2020

Así define la Real Academia el verbo refrendar: «Autorizar un despacho u otro documento por medio de una persona hábil para ello». Sucinta descripción semántica que parece quedarse en el esbozo burocrático sin saltar al barro de la acción. Acudamos a los siempre socorridos sinónimos para encontrar: aprobar, avalar, garantizar, legalizar o respaldar. Y acudan también al Título II, artículo 64, de la Constitución Española de 1978 —cuya aprobación voté—, que dice, en su primer párrafo: «Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes».
¿Estarían los constituyentes pensando en las ‘irrefrendables’ alegrías del Rey que trajo a España la Democracia y hoy vive una especie de exilio…?  ¿O acaso en el inconsciente de aquellos legisladores del 78 anidaba la hipótesis del que el heredero Felipe VI, al sexto año de reinado por la abdicación paterna, pudiera o no expresar por teléfono al presidente del Consejo General del Poder Judicial que le hubiera gustado asistir, en Barcelona, al acto oficial de la nueva promoción de jueces en la escuela judicial, como viene haciendo el Jefe del Estado en los últimos veinte años, y al que había sido oficialmente invitado, y donde no estuvo al ser vetado por el Gobierno? Se pregunta ingenuamente uno.
Y no serían las únicas interrogantes en este crítico momento político que atraviesa el país, donde si no hay un acoso orquestado contra nuestra (republicana) Monarquía democrática se le parece bastante. Como si a España se le apagara el latido hondo de la Historia y por esa penumbra cruzara, como de prestado, un Rey triste y silencioso, un Rey joven que tuviera que pagar los excesos del padre o del cuñado, un Rey ninguneado y empequeñecido en su estatura física e institucional, un Rey odiado por el extremismo vasco y el independentismo catalán, antes y después desde su rotunda declaración del 17 de octubre de 2017, y perseguido por las caceroladas físicas o verbales de los antisistema integrados en el Consejo de Ministros.
Si esto es un pim-pam-pum tiene poca gracia. Si es la codicia por el poder a costa de lo que sea rozaría lo siniestro. Si la libertad de expresión rige, con toda razón, para el más modesto ciudadano pero en absoluto para los mínimos sentimientos del Jefe del Estado puede que estemos para algún frenopático.