José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Vértigo

08/09/2020

Vértigo, eso es lo que sentí al abrir los distintos periódicos del día, viendo las salutaciones de rigor que se producían el 1 de septiembre por parte de los columnistas –de aquí, de allá y de acullá– que abrían sus piezas del mes número nueve con palabras sentidas, herméticas y aún doloridas. Que expresaban no sólo el pinchazo blando del final vacacional, sino el estupor monocorde de un verano insólito que se nos antoja –y se les antoja a ellos, también– como ensoñado, perplejo y no vivido apenas.

Sobre todo, si se mira y se recuerda la última pieza publicada–parece que fue ayer, si no más lejos, pero es una ficción del tiempo– y esta que se abre en el lienzo de la pantalla blanca para inaugurar un tiempo nuevo y un nuevo modelo de periódico, tras los reajustes –ERE incluido– de La Tribuna que nos harán más nuevos, pero no si se más sabios. Una apuesta comprometida en unos tiempos no menos comprometidos para mirar hacia delante. Lo iremos viendo.

Vértigo, además, no sólo por ellos, también por mí. Sobre todo, al mirar el pozo del verano y sus destrozos colaterales, profundos y laterales, que me hacen enlazar con la pieza cinematográfica homónima de Alfred Hitchcock, de quien celebramos el cuarenta aniversario de su muerte, en 1980. Un Vértigo película hitchcockniana, aquí llamada ampulosa y sinuosamente De entre los muertos. Y que ha dado pie a un excelente texto de Jesús Mota –Hitchcock, el cine que pudo ser– en el diario El País del pasado día 29. Y donde deja caer afirmaciones de rigor pesado y metálico, como que “la industria del cine ha entrado en la vía muerta de la puerilidad y la alegoría estéril”. Básicamente, concluye que ciertas lecciones imprescindibles han sido olvidadas y postergadas por la jarana actual. No sólo la acrofobia manifestada por James Stewart –el policía John Ferguson–, la paralización ante la altura, sino su resultado de muertes colaterales como la de Madeleine, representada por una impagable Kim Novak desdoblada.

Más aún, cierra su texto con la afirmación severa de que: “Quedamos, pues, a la espera de la última sesión de fotografías en movimiento de Disney, la Marvel o cualquier otro subproducto del conglomerado financiero-industrial cuya función es sumir al espectador en la inconsciencia”. Y todo ello se descacharra y se evidencia, a la velocidad que quedamos paralizados – como el policía Scottie Ferguson– agarrado y aterrorizado, al borde del pretil. También paralizados por los créditos hipnóticos de Saul Bass y por la música de Bernard Herrmann.