José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Hubo un tiempo

02/03/2021

Cuentan que hubo un tiempo en que los rostros no habían sido semiborrados por una especie de photoshop maligno y las personas salían a la calle con nariz y boca incorporados; y había quevedescos seres narigudos y bellas con labios como los dalinianos de Mae West, y otros labios que hablaban sin sonido, e incluso insolentes que se besaban en público (con)fundidos en abrazos infinitos y ciegos. Que hubo un tiempo, también, en que la casa no se nos caía encima. Y la ciudad no se nos caía encima. Y la provincia no se nos caía encima. Y la región no se nos caía encima… Tampoco el mundo. 
El viajero imaginario ha encontrado, casi sin buscar, que hay un mundo exterior cuya otredad no tiene ese etiquetaje de lo predecible, de la naturaleza victimizada por lo tópicamente previsible o ideologizante. Que hubo un tiempo en que las nubes, los ríos, los mares o los árboles están ‘Atravesando lo imposible’, como titularon su exposición Judith Egger y Mirjam Kroker, dos autoras alemanas que, por separado, censan y archivan otra naturaleza tan vacía como llena de contenidos emocionales.
Hubo un tiempo en que lo imposible que atravesaban esas artistas conceptuales desconocidas entre nosotros era algo así como el vuelo de la bailaora Rocío Molina en su Trilogía de la guitarra, estrenada en un tiempo huido en la Bienal de Sevilla. Eran las nubes que corrían literalmente a sus pies, mientras ella volaba en mínimos abanicos orientales, haciendo que suelo y cielo fuera algo sin límites, nubes con las que luego se envolvería para habitar, como escribe el flamencólogo Vázquez-Gaztelu «una atmósfera sin tiempo, vacía, una suerte de drástico minimalismo».
Hubo un tiempo, decía, que vence y penetra sin remedio. Que ha vencido a pesar de los pesares. Que está en los cinco sakuras de mi calle que han roto de nuevo en rosa japonés, de un impresionismo fugaz y algo fantasmagórico; como si el ensueño de una tarde infantil entregada al ilusionismo acabara pintándose de color contra un telón parduzco y abandonado. Fotografío una y otra vez a este quinteto de cerezos en flor, aun repitiéndome, y los lanzó al aire cíclico de las lejanías, en una especie de carteo frágil a expensas del viento y los días efímeros.
Hubo una vez un tiempo deseado, soñado tal vez. Un tiempo de nubes de verdad guardadas en esas pequeñas cajas, tan femeninamente etiquetadas y fechadas. Lo hubo.