José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Tanner, sueño de libertad

20/09/2022

Otro 11 de septiembre de orfandad, sobre aquel neoyorquino cuando todos morimos un poco. La orfandad intelectual de perder el mismo día a uno de mis novelistas/articulistas favoritos, Javier Marías, 70, y a uno de mis cineastas predilectos, el suizo Alain Tanner, 92, y dos días después, en un ejercicio de siniestra guadaña mortal se despedía el polémico Jean-Luc Godard, 91, que sólo por la fascinante Al final de la escapada merece pasar a la historia.

Pero al olvidado Tanner no le ha dedicado la prensa el espacio (merecido) que a su compañero generacional y, en buena medida, del espíritu nouvelle vague. Es más: asombrosamente, ni uno solo de los cuatro periódicos impresos de tirada nacional dio la noticia. Con razón, Batlle Caminal, en La Vanguardia digital decía del autor de, por ejemplo, La salamandra, 1971, tan aplaudida entonces, estar «completamente olvidado e incluso desconocido para la cinefilia contemporánea». Y sí que me hubiera gustado leer a Fernando Trueba, que fue, antes que director, crítico de cine de El País y heredero de aquella nueva ola franco-suiza que revolucionó el cine, o a su hijo Jonás, también cineasta, que recibió el nombre por la película de Tanner Jonás, que cumplirá 25 años en el año 2000, tan sucesora del Mayo del 68, y cuyas estupendas películas tienen tanto de aquel mundo transgresor que nos hablaba de cosas tan cercanas. Recordar hoy que La 2 de TVE, ajena ya al cine menos comercial, le dedicó, en 1994, un ciclo de ocho películas parece ciencia-ficción.

Pero Tanner no firmó un centenar de títulos como Godard —muchos solo vistos en festivales o así—, ni hizo un cine raro, sí humano y crítico, de anhelos y sentimientos, ni vivió en la permanente provocación estético-ideológica; desde su primer largo, a los cuarenta años, hasta el 2004, sin llegar a la veintena de películas, pero siempre supo conectar con los jóvenes de su tiempo. Una filmografía, que fue a menos, donde, además de las citadas, hay piezas tan vigentes, en mi opinión, como Messidor, la asfixia de dos chicas suizas que quieren escapar sin rumbo, Una llama en mi corazón, la epifanía del amor físico y romántico personalizada en su musa Myriam Mezieres, El hombre que perdió su sombra, retrato de la desolación y el fin de los ideales en un Cabo de Gata descarnado y real.

Y sobre todo, En la ciudad blanca, 1983, la más poética, cuyo afiche, de la librería del mismo Alphaville madrileño donde se estrenó, tengo desde entonces muy cerca. Esa ciudad era Lisboa, arañada y sin turistas, donde huye el marino mercante suizo Bruno Ganz, soñador y rebelde, enamoradizo y solitario; como sus personajes sin lugar ni sombra, que casi siempre se llaman Paul (su última obra, Paul s´en va). Estos párrafos, por los que otros injustamente le han negado.

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