Antonio García-Cervigón

Buenos Días

Antonio García-Cervigón


Historia cruz-ada de dos alcaldes

26/01/2021

El poeta Antonio Machado dedicó uno de sus poemas a la saeta popular que en su día el cantante catalán Joan Manuel Serrat, la interpretó con su personalísimo estilo traspasando fronteras para llegar a medio mundo. Los versos entresacados dicen: «¡Cantar del pueblo andaluz/ que todas las primaveras/ anda pidiendo escaleras/ para subir a la cruz! ¡Cantar de la tierra mía, que echa flores/ al Jesús de la agonía, / y es la fe de mis mayores!». 
Me quedo con el verso «es la fe de mis mayores». Tal ensoñación machadiana ya estuvo enquistada en años anteriores y planteada en la primera Constitución española de 1812, vean su artículo cuarto: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica apostólica romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra». De la defensa firme del catolicismo a nuestra Constitución de 1978 que en su artículo 16 apartado 3 ordena la cuestión religiosa: «Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones». 
Diez constituciones se han sucedido hasta nuestros días, con guerras inciviles entre hermanos y con sucesos menores de hechos religiosos que ha contado con el supremo símbolo del cristianismo que es la Santa Cruz: la alcaldesa de Aguilar de la Frontera, Carmen Flores, ha saltado a los medios de comunicación en pasados días porque ha mandado quitar una cruz que estaba próxima a la iglesia para cumplir con la Memoria Histórica. 
La cruz fue trasladada y arrojada como si fuera un despojo inmundo a un vertedero-escombrera situado en las afueras de la localidad. La acción deleznable, propia de descreídos y desalmados ha podido doler a los 2.400 millones de cristianos que hay en el mundo. 
Contrasta su detestable decisión con lo ocurrido en la toma de posesión del alcalde de la villa de Madrid, Enrique Tierno Galván allá por abril de 1979, que solicitó para su toma de posesión dos cosas: un ejemplar de la Constitución y un crucifijo. No le faltaron quiénes le pidieron explicaciones de su empeño y el viejo profesor se las dio: «En efecto tienen ustedes razón, yo no soy creyente, soy agnóstico. Pero la figura del crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida por defender hasta el final una causa noble». 
Matizaban las crónicas de entonces, el espíritu de sensatez y tolerancia que reinó por aquellos años en personas religiosas o no, en gentes de derechas o de izquierdas, que han ido desapareciendo con el paso de los años. Pocos dudan que nuestra civilización occidental está asentada en el cristianismo y que el Sermón de la Montaña con las bienaventuranzas supuso la culminación de unos valores, resumidos en la ética cristiana. El partido que lidera Ángela Merkel que guía ahora la Unión Europea lleva el nombre de Unión Democrática Cristiana. Como muestra queda. Y en esas estamos.