Ángel Villarino

RATAS DE DOS PATAS

Ángel Villarino


Un cocido en Casa Mingo

03/12/2022

El otro día estuve comiéndome un cocido con una persona a la que quiero mucho. Nos pusimos un babero para no mancharnos y pedimos una botella de sidra. El camarero nos preguntó por la bebida y nos advirtió de que no teníamos nada más que elegir hasta los postres. En ese salón, el de la planta de arriba de Casa Mingo, la vida es una cosa bastante sencilla.
De vuelta a la redacción me quedé pensando en lo placentero que había sido no tener que elegir nada, decidir nada, sospechar nada. Un trato honesto y claro desde el principio: ellos sirven un cocido como Dios manda, sin manierismos ni tonterías, y nosotros lo pagamos, a poder ser en efectivo. Sin extras, sin esfericidades de erizo de mar. Sin sustos.
He tenido muchas veces la sensación de que me abrumaba el entorno. De pequeño, cuando mis padres me llevaban desde Guadalajara a pasar la tarde del domingo en Madrid, me empezaba a poner nervioso al entrar por Avenida de América. Me volvió a ocurrir la primera vez que volé a Nueva York, la primera vez que me perdí en una de las grandes ciudades asiáticas…
Uno cree que acaba acostumbrándose a cualquier cosa, al ajetreo de una gran ciudad, al ruido, a la carga mental infinita de la vida adulta, incluso a la esclavitud de pasarse el día respondiendo mensajes en la pantalla de un teléfono, yendo de un lado a otro a toda prisa, soñando con sacar un hueco en la agenda electrónica para echarse a dormir la siesta en cualquier sitio.
Cuántas ganas de volver a Casa Mingo.

ARCHIVADO EN: Madrid