José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Día de lotería

22/12/2020

La Lotería de Navidad es el calor del brasero de piconcillo, mi tía Ascensión con su larga lista de pequeñas participaciones, la letanía laica de los niños de San Ildefonso en la radio... Entonces llovían pesetas y pesetas de aquellos pequeños cantores de dinero y de ilusión imposible, como una especie de melodía alegre y ajena, a la espera de dónde caería el ‘Gordo’. La lotería de cada 22 de diciembre como hoy es el artículo costumbrista obligatorio.
La lotería navideña no es un sorteo más. Ni la epifanía de la Hacienda nacional que siempre gana. Tampoco es un juego rodeado de infinitos juegos loteros que parecen haber convertido el Estado en una timba de tahúres legales. No es la apoteosis de la precariedad convertida en azar, ni la manera más rápida y directa de «tapar agujeros» o de arruinarse, como les ha ocurrido a muchos millonarios sobrevenidos. 
Mientras leen esta columna cuando se toman un café, posiblemente escucharán el soniquete de este villancico de euros y los comentarios de premios y pedreas, mientras los números que jugamos están ahí, girando una y otra vez en los bombos para no salir nunca, o igual ya saben —a estas horas—que otro año más es el año de la salud y del trabajo —que tanta falta hacen—, y que no nos alcance ese rayo que no cesa llamado covid; por eso, como un exorcismo al destino, esta vez la gente ha buscado la fecha del estado de alarma en marzo, que ya son ganas. También yo. Por primera vez pedí un número determinado: el que aparece en una de las novelas que paliaron mi confinamiento extremo.  
Porque nuestra tradicional y tan única Lotería de Navidad es solo un rito. El ritual de una comunidad que necesita reencontrarse en una fecha, en una manera social de relacionarse y compartir, de señalizar los afectos en forma de décimos y participaciones. Jugar a la lotería de este día no es jugar a la lotería, de lo contrario este sería un país de ludópatas incurables. Jugamos sin querer. Por si acaso. Por si toca. Por colaborar con la cofradía o con la asociación. Por el mito de la diosa Fortuna. Porque soy cliente a diario. Porque fantaseamos con volver a ser niños. Porque hoy los telediarios serán rostros felices (con mascarilla) y burbujas de cava, y la fealdad de la muerte estará todavía más oculta que nunca.
Porque no queremos ser millonarios, sino soñar que no necesitábamos los millones.