Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


La nieve

21/01/2021

Todo estaba blanco. La nieve se fue acumulando poco a poco en los tejados, en los coches, en la acera. En esta tierra no suele nevar y la gente se asomaba a la ventana como cuando pasan las procesiones. Los copos caían creando una cortina que se movía lentamente como las hojas de los árboles cuando caen sin prisa en el otoño. Si estirabas la mano, se posaban sobre ella con la misma suavidad de la caricia de un niño. Blancura que recordaba a esa espuma del mar que se aferra a la orilla.
Los sentimientos afloraron como esa margarita que se abre. ¿Cuántas veces ha visto nevar en Ciudad Real? ¿Cuántas ha cuajado? Aquel día, no paraban de entrar mensajes que no contestaba para no romper el instante. Entonces, sonó el móvil. Comprobó que la alegría era compartida. El anuncio de la nieve se hacía con la misma entonación de una importante noticia. También había  ilusión. Y se contagiaba. Era la segunda vez que ese adolescente veía nevar; la primera, casi ni se acordaba. 
Los árboles de la calle dejaron de ser verdes, sus ramas también lucían la blancura de una luna llena. A la azotea del edificio está prohibido subir; por precaución, por seguridad. Solo unas fotos, suplicó. Abrió la puerta. Una sola palabra fue suficiente para expresar todo lo que estaba viendo. La belleza se reflejaba en los ojos. El asombro, la sorpresa, la grandeza, la suerte, la pasión…también.
La ciudad se cubrió de blanco al igual que sus sierras cercanas. Naturaleza. Y sabe que las lágrimas salen también cuando la emoción desborda como una primera vez deseada, como ese sueño conseguido por la persona a la que quieres. Las montañas hablaban con la voz de quien deseas escuchar. Solo había que creerlo. La belleza deslumbra, aún más días después cuando un tímido sol hace brillar con generosidad esas cimas blancas.
Una imagen y otra y otra, y miles. Madrid amaneció  y su gente despertó sin poder creer lo que veía. Tanta negrura, muerte y tristeza se cubrían del blanco más puro. Se abrieron ventanas, se sacaron las cámaras, los esquís,  se bajó a la calle sin pensarlo, como esa atracción, no sé si fatal, como un imán. Y los rincones  se llenaron de felicidad, sí, felicidad.
Podemos hablar del caos, del desastre en las carreteras, de los ciudadanos retenidos, de los camioneros  sin circular, de tuberías heladas, del frío, de los daños, de cosechas perdidas, de la inconsciencia, de la consecuencias nefastas…, pero llevamos muchos meses (y los que quedan) acumulando dolor,  impotencia y ausencias. 
Necesitábamos una explosión de belleza ante tanta fealdad. Risas ante tanto llanto. Salir a la calle para disfrutar. Recuperar un poco de inocencia. Jugar. Despertar ese sentimiento de alegría tan oculto últimamente. Necesitábamos vida ante tanta muerte. 

No, hoy no tocaba hablar del desastre de tanta nieve (que lo es y con creces) sino de cómo ha sido capaz de traer un poco de esa alegría que tanta falta nos hacía, nos hace.