Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


Nunca se termina el runrún de Cataluña

30/11/2021

El sentimiento de pertenencia a una comunidad política tiene muy difícil explicación, por venir acompañado de consideraciones sentimentales. Ya expliqué en su día que la Constitución española y su consagración de la convivencia permitiendo la descentralización más absoluta, se presenta como una situación legítima y comprometida con el bienestar de todos, pero que los criterios jurídicos (ni siquiera los cargados de la fuerza de la ley democrática), no pueden solos llegar a convencer del todo a quienes en su corazón se sienten catalanes pero no españoles.
La solución a estas alturas del desencuentro en el que los nacionalismos, en plural, han realizado la labor de desunir nuestras manos, pasa únicamente por dar tiempo al tiempo para cerrar heridas y rebajar tensiones. A los que proponen una reforma federal de la Constitución, sobre un régimen autonómico que prácticamente lo es ya, habría de nuevo que preguntarles si, honradamente, pueden creer que igualar a Cataluña con Extremadura y Madrid, es la solución para los que quieren ser distintos. En esa órbita, a los que hablan del reconocimiento del hecho nacional de Cataluña, podríamos remitirles al artículo 2 de la Constitución, que ya en 1978 les proclamó como una nacionalidad: el separatismo no busca esas precisiones del idioma si no le ofrecen una vía rápida para administrar, sin control, las vidas y haciendas propias.
Y finalmente, a los que fuera de Cataluña utilizan argumentos disparatados, entre lo económico y lo anacrónico, para venirse arriba y atentar contra todo el régimen autonómico que a muchas tierras donde no éramos nadie, nos ha dado la vida, habría que decirles que su pensamiento aleja más a los españoles que, si algo tienen en común, es su diversidad sociológica, cultural y emocional.
Si yo estuviera encargado de gestionar esta crisis intentaría que, desde este momento, las formas que han posibilitado la convivencia en el pasado, tomaran un protagonismo máximo, y mientras que la tensión se reduce, estaría obligado a aplicar las leyes democráticas, fruto de la voluntad del pueblo español, que me obligan a respetar los deseos de todos en el orden que marcan las reglas de convivencia: podemos trabajar para que el corazón nacionalista se exprese, pero ello no puede pasar por encima de los derechos de los ciudadanos catalanes, que son españoles, y que no pueden ser despojados de su nacionalidad por quienes elevan a la categoría de verdad, lo que solo es una idea, por respetable y justificada que la quieran presentar. No se trata de satisfacer a todos, pues eso ya no es posible, únicamente se trata de que los actores de este cansino tema se percaten de que han de elegir entre las salidas que menos renuncias les cuesten asumir.