Qué importante, fundamental, es el aire que respiramos, el que llena nuestros pulmones. Para un bebé menor de dos meses, la frecuencia respiratoria es de 40 a 50 por minuto y la de un niño en edad escolar, de entre seis y doce años, es de 17 a 20 por minuto. Hay una diferencia sustancial con las respiraciones de un adulto por minuto: son entre 12 y 20 veces. Es algo que llega a impregnarnos de la manera más pegajosa. Si el aire está contaminado, nuestros pulmones, todo lo que somos, terminará por ensuciarse del mismo modo que el aire. Es cierto que la capacidad de regeneración también es altísima, pero, sin que la contaminación pueda ser, acaso, definitiva, sin embargo, sí que podrá ser muy determinante en las enfermedades que contraigamos.
Dos reflexiones. La primera, para este fin de semana de elecciones. Hay que ver en qué atmósfera se mueve nuestra sociedad, también aquellos que rigen los destinos de nuestros pueblos. Las elecciones son municipales y autonómicas, pero marcarán el futuro nacional, aunque sólo sea por proyección. El ambiente, el oxígeno que respiramos, la atmósfera es determinante. No es que no nos merezcamos a los políticos que tenemos, como a veces se oye, es que son el reflejo de nuestra sociedad. Son, sencillamente, lo que nosotros somos. Alarmante.
La segunda: la atmósfera del Espíritu Santo, del bien, de la bondad, de la entrega generosa y sacrificial por otros. ¿Qué quieres que inunde tu vida? ¿Por dónde quieres orientarte? ¿Qué quieres ser? ¿A quién te quieres parecer?