Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Platos sucios

20/05/2021

Los platos sucios se han quedado sobre la mesa de la cocina. Las manchas rojas delatan un menú a base de pasta con tomate. En el vaso todavía queda un poco de cerveza. Es sin alcohol, según se puede leer en el bote tirado a la basura. El cubo, como los platos, tampoco volvió a su lugar. Parece que no hubo tiempo ni para el postre ni para el café, pues no hay restos de fruta o dulces ni tampoco una taza a medio beber.

Desde la puerta lo que se ve es el más absoluto de los desórdenes: una cazuela con algunos macarrones hervidos; una sartén con aceite de no se sabe cuántos días; cubiertos sobre un paño de cocina con la intención de ser secados y que no fueron guardados; los trocitos de lo que seguramente fue un vaso de cristal sobre el recogedor; y un tostador con ese pan no comido fruto del olvido. En el centro, además del cubo de la basura, hay un cepillo, cuyo palo cae sobre la encimera como un borracho en la barra de un bar. Y la luz, una luz encendida que suple a la que no entra por ningún lado, por la sencilla razón de que no hay una ventana.

Las prisas, como siempre, son el motivo de ese caos al que no da más importancia de la que tiene, un caos con solución que no le preocupa porque siempre llega el sábado y trae el tiempo. Además, su desorden mañanero puede tener una solución nocturna, o no, dependiendo de si el día ha sido tranquilo o duro, de si la fuerza de las últimas páginas de un libro le provocan no mirar para no ver, o de si aún tiene que terminar unos trabajos en el ordenador.

Su cocina invita a cerrar una puerta que no tiene y que deja al descubierto lo bueno y lo malo como un testigo nervioso. Él sabe que las prisas, y quizá también el cansancio, son el motivo de esa fotografía que haría que no le dieran el premio al mejor organizado. Pero no le importa. Presume de ir a casa a comer todos los días. Sin duda, una suerte de la que pocos disfrutan en las grandes ciudades. Una suerte con trampa, piensa su madre cuando una vez a la semana puede comprobar el desorden de su hijo separado, cuando es incapaz de no usar esa llave que le dio una vez que se encontraba enfermo y que ella no devolvió. No se atreve a limpiar para que no la pillen, solo coloca algunas cosas y deja otras necesarias en el olvido de un cajón, convencida de que no se dará cuenta. Y, seguramente, no se daría, si no fuera por ese inconfundible perfume que sin querer deja junto a los platos sucios.