José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Guerrero, el color

04/10/2022

Pocos pintores españoles como el granadino José Guerrero (1914-1989) han conseguido que el color —deslumbrante potencia— se convirtiera por sí solo en auténtico lenguaje y que la pintura pudiera liberarse de formalismos. El Centro de Arte José Guerrero, dependiente de la Diputación de Granada, con su reciente libro de Eduardo Quesada, José Guerrero esencial, en muy cuidada edición, nos pone de nuevo ante una obra que emociona siempre, que interroga y atrapa como pocas.
El autor del libro, desde la lógica de su óptica local, desentraña el granadismo del pintor, a la luz cronológica de la obra. Desde su origen humilde, la formación y los viajes tardíos a su implantación en Nueva York en 1950 tras su boda con la periodista americana Roxane Pollock —en absoluto un exiliado—, la cercana relación con el Expresionismo abstracto de los Rothko y Motherwell, donde encontraría su verdadera personalidad como pintor y se consagraría internacionalmente, hasta sus frecuentes viajes y temporadas en España a partir de mediados de los 60. Transcurre así el texto como una suerte de viaje, acaso de ida y vuelta, como los cantes flamencos de su tierra (me pregunto si su obra expuesta entonces en las modernas galerías de Manhattan pediría de fondo el jazz cerebral de los 50 o, en cambio, los ardientes y sensuales colores mediterráneos de su pintura necesitarían de la guitarra sobre partituras de Manuel de Falla).
Gravita siempre su Granada, las palabras de Federico García Lorca cuando lo conoció en 1935 y le dijo «tira los pinceles al aires y vete a Madrid»… Tenía entonces veintiún años y no había salido de su ciudad, pero en 1952 conseguía la nacionalidad americana, después de viajar y vivir en Europa, sin dejar nunca las raíces andaluzas y residiendo también en Madrid y Cuenca, al calor del Museo de Arte Abstracto que fundara Zóbel. En esas salas, colgadas al aire del Huécar, fue precisamente donde descubrí su pintura y me ganó para siempre: rojos y amarillos de fuego, como la tierra; azul, como los zócalos de las casas populares y el cielo; el negro, enlutado familiar. Y todo en 'tensión serena', concepto clave para Quesada, que señala La brecha de Víznar (1966, con versiones en el 79 y 89) como una de sus obras de referencia, aunque el pintor evitó nombrar directamente el asesinato de Lorca («Yo no mezclo el arte con la política, porque raramente se complementan», dirá en alguna entrevista).
En mi memoria, la gran antológica de 1980, Palacio de las Alhajas, del Ministerio de Cultura, donde tuve ocasión de conocerle y ahondar más en la belleza y tersa luminosidad de sus paisajes abstractos.