«Estamos […] por el diálogo; estamos por la aplicación de la ley; estamos porque se respete la justicia, lo cual supone respeto de la división de poderes; estamos porque no haya actitudes inamovibles; y estamos porque se genere un clima de amistad civil y de fraternidad».

Estoy convencido de que, leído lo anterior, todos estaremos de acuerdo en que ese es el único camino que puede llevar a la paz y a una sociedad que se construye a sí misma de manera firme y segura.

Es la declaración literal de lo que dijo el Secretario General de la Conferencia Episcopal el pasado 24 de junio a propósito de la situación en Cataluña y uniéndose a la nota de los obispos catalanes. Quizá, y llegados aquí, surja el desacuerdo, pero lo que es verdad, siempre lo es. Parece que el inmóvil siempre es el que tengo enfrente que no quiere venir a donde yo estoy, pero, claro, tampoco yo me muevo mucho.

Vivimos en una sociedad de enfrentamientos. Llevamos años creciendo en esa dirección. La conversión, con el consiguiente examen de conciencia, arrepentimiento y cambio de vida siempre está en los demás. Siempre es el otro el que se equivoca. Es una de las consecuencias de una creciente ideologización de lo que sucede que, además, todo lo impregna, y cada vez más.

Hemos debilitado entre todos el diálogo, la posibilidad de encuentro, el respeto a la diferencia, el mismo hecho de que una convivencia desde lo diverso pueda ser posible. Quizá nos tenemos que querer entre nosotros un poco más.