José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


‘Los paraguas de Cherburgo’

08/11/2022

(In memoriam Delfín Valero)
Esto no es un obituario al uso o esa necrológica lírica y medida que uno ha encargarse previamente antes de largarse de aquí. Tampoco el texto epistolar a quien ya no lo puede leer, por mucho que queramos dirigirnos a quien sí quisiéramos que lo leyera y comentáramos esa película de la que siempre hablaba y que yo no conocía, pero ahora he vuelto a ponerme de nuevo en el dvd y llevarla al título de arriba.
Es que nunca decide uno estas columnas. Cuestión de hechos e ideas, escribía este viernes Trapiello, brillante una vez más, en su página de la La Lectura. Qué difícil coserlos. Qué cóctel imposible. Cómo evitar el recuerdo al excompañero que no veía desde hace tanto, al que imaginábamos en geografías madrileñas o malacitanas, aunque siempre se reivindicó de su Puertollano natal, su calle Córdoba, el cine Lepanto, el desaparecido Gran Teatro, las clases de literatura de su profesora Marisol… y a última hora, nada futbolero él, hasta del Atleti.
También citaba una y otra vez el cinéfilo chache Delfi —como se nombraba a  sí mismo en una autoparodia de las suyas— una escena de la berlanguiana Bienvenido, Mr. Marshall, especialmente la del alcalde Pepe Isbert reclamándole una fuente municipal con chorrito al personaje de Manolo Morán, no la más famosa de esa película, o alguna de Marilyn en Con faldas y a lo loco en la que no había reparado tanto como él, pero que desde entonces ya me obligaba a fijarme, si bien sus honores eran para Érase una vez en América, el clásico de Sergio Leone, con música de Morricone, y nos reíamos cuando le comparé con el Zelig de la película de Woody Allen. Pero sobre todo me descubrió ese arrebato geométrico de colores y romanticismo que se llama Los paraguas de Cherburgo, el musical de Jacques Demy que fue palma de oro en Cannes 1964 y protagonizó la más bella del cine francés, Catherine Deneuve. Una película cantada, un operístico melodrama donde, como dice el enamorado mecánico de coches, «el olor a gasolina es un perfume como cualquier otro». 
Nunca le pregunté el porqué de ese enamoramiento con la película de Cherburgo, del que no todo el mundo participa e incluso habrá quien perciba cierto empalago, pero en esta nueva visión, como si Delfín, en su fulminante último viaje sin avisar, me hubiera invitado de nuevo a verla y compartir, por ejemplo, el plano cenital de los títulos de créditos iniciales, sobre los adoquines del puerto, donde los paraguas abiertos bajo la lluvia son círculos de color que se mueven en una danza mágica, de diagonales eternas, de rosas y azules, de amarillos y verdes, anunciando en su final esa nevada sobre el corazón como la de este instante último.