Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


El encuentro

12/11/2020

Dice que está nerviosa, como si fuera la primera vez que se levanta el telón y actúa en un escenario. Que se siente como una adolescente mientras espera a ese chico que le pidió salir en el recreo de la clase. Dice que también está muy enfadada, rabiosa como esa vieja gruñona que acaba de descubrir en su tarta de chocolate las marcas de unos dedos infantiles, pero su enfado no es contra el mundo sino contra ella.
Dice que no ha pegado ojo en toda la noche pensando en si el vestido elegido para la ocasión era el adecuado; que por su cabeza han pasado miles y miles de historias ocurridas en aquellos años de niñez y juventud en su pueblo, antes de que todos fueran creciendo, se marcharan a la universidad y empezara esa vuelta atrás de no retorno. Visitas cada vez más distanciadas en el tiempo y en las emociones hasta que llegó ese último día a un lugar lleno de recuerdos y vacío de personas. Poco más de tres horas para terminar de descolocar lo colocado y colgar en la puerta principal ese cartel de se vende. Un adiós para siempre a esa higuera que aún perfumaba el patio y garantizaba las ricas mermeladas del invierno;  a esas tardes partiendo almendras recién cogidas; a la alegría de los juegos y la inocencia del creerse enamorado. Adiós a todo,  también al dolor enorme que provoca la ausencia, como si ese se fuera solo por el simple hecho de la venta de una casa.
No para de hablar desde que se ha levantado. Ni un respiro en la ducha bajo las gotas de agua caliente que caen sobre su cuerpo y que le recuerdan a aquellas que en las madrugadas frías  se adormecían en las hojas, tampoco al salir mientras prende el secador y moldea su pelo como si le fuera la vida en ello.
Qué no tiene años para andarse con tonterías, repite una y otra vez. Qué no tiene años… Pero vaga de una habitación a otra como si estuviera jugando al escondite con un adversario invisible, como si esos nervios, que sí que los tiene, le hubieran ordenado que no se esté quieta ni un segundo.
Su media melena oscura ya está seca y un poco ondulada. Su vestido liso con unas discretas flores en el lado derecho le queda perfecto, también esos zapatos con un poco de tacón… Ay, esas piernas hinchadas y cansadas ya no soportan el peso de las aventuras y desventuras… Sus ojos pintados la llenan de luz o quizá ya la tenía antes de pintarse, y sus labios…No se atreve, porque ni recuerda cuándo fue el último dia que lo hizo. Píntatelos, dice una voz masculina imaginaria que ella interpreta como un permiso, como un empujón a la vida.
Está nerviosa y enfadada como una quinceañera ante su primer amor, los mismos años que ella tenía la última vez que se vieron, cuando los padres pusieron el cartel de venta en aquella otra casa a la que él nunca más regresó.