Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


El bautismo del Thorin

13/11/2020

Para un perro de caza, y el Thorin lo es, el día de su bautismo de fuego en estas escabrosidades alcarreñas, que las tiene, de cárcavas, barrancas y laderones, es el cobro de la primera perdiz. De una perdiz salvaje, claro está, de esas que arrancan a un kilómetro cuando se levantan la primera vez delante del cazador y que ya están en un pestañeo en la ladera de enfrente…allá ‘lejotas, al otro lao’. Perdices bravas, fuertes, supervivientes y listas que son el reto que se pierde una y otra vez. Y en el que alguna vez se consigue ganar.
El Thorin es un spaniel, un springer, en su caso, que como el anterior, Mowgli, en ese caso un bretón, debo a mi amigo y gran cazador mi paisano Juan Barrado. Cuando el viejo Lord, otro bretón, empezó a flaquear me regaló a Mowgli y cuando el valiente perrete también me dejó me convenció de lo que yo ya sabía, pero me resistía un poco esta vez, que sin un perro no puedo vivir. Y con dos meses se vino conmigo a la cabaña y aquí, ahora ya con ocho, en pleno monte ha vivido bastante más tiempo que en la ciudad.
Esta por ello hecho al campo y hasta algún percance ha tenido, pero es todavía poco más que un cachorro. Pero desde esta pasada semana ya puede decir bien alto, y si no lo digo yo, que ha pasado con nota su bautismo de cazador ante la pieza mejor: la perdiz roja salvaje. Un privilegio natural que me esfuerzo en cuidar y que cazo solo con enorme medida y tiento. Poco a poco he logrado que se recupere para poderlo hacerlo y estoy siempre atento a cualquier circunstancia para actuar de inmediato y cortar si es menester. La patirroja exige, y en determinados terrenos como el Enebral aún más, piernas, haber aprendido algo de todos los fracasos, saber buscarles las vueltas, tesón, suerte, rapidez y tino con el tiro. Y un buen perro que la sepa cobrar.
Pues bien, después de toda una mañana de cerro en cerro, de morro a ladera y vuelta a subir y otra vez a bajar, todo se conjugó para que el Thorin pudiera demostrar que además de mover y mover monte rebuscando conejos, es capaz de dar el do de pecho con la perdiz. La primera de su vida además la cobró cuando yo ni siquiera pensaba que había logrado abatirla con el único disparo que pude hacer, porque me la tapó un matón de carrascas. Pero él sí. La vio caer en una rastrojera y, es muy ligero, diría que eléctrico, de pies, se le echó encima, aunque le costó carreras, quiebros y virajes, estaba de ala, y finalmente la consiguió enganchar sin dejarle que se le volviera a meter entre la leña.
Fue desde luego muy jaleado por el lance y el éxito, no era para menos, pero él estaba tan ufano con lo que consideraba suyo que hubo que hacer todo un trabajo de persuasión hasta que me la dio. Se le notaba exultante. Pero más lo estaba yo.
Con ello hubiera dado por mejor que bueno el día, una perdiz de esas vale por todas las que quieran de bote. Pero es que fueron dos. Seguimos el bando y tras otro alcance, en lo alto de un cabezo montaraz, logré bajar otra, que cayó aparentemente fulminada en medio de un espartal. Eso suele parecer, que está muerta allí al lado, pero luego no aparece por ningún sitio. Y es cuando el Thorin se confirmó. Llegó, pego el morro al suelo y ya no lo levantó hasta dar con ella. Curveó, caracoleo, fue, volvió, revolvió y de golpe se quedó un instante clavado y fijo en una espartera, se lanzó como un rayo y salió con la pieza en la boca.
Conseguir colgarse una perdiz de estas es ya una hazaña. Con dos nos dimos por más que felices y acabamos ahí la jornada. No hace falta cazar más para un día completo y para recordar, que comenzó entre nieblas, despejó luego para que las grullas a cientos cruzaran el cielo en clamor y formación, se acostó vestido de rojo brillante y acabó en la tarea de desplumar el botín pensando que la primera me la voy a hacer con cebolla. Lo más tarde mañana y como mucho pasado.
Y como estoy solo y no había a quien contárselo, que esto es para un cazador fundamental, y quería presumir que mi perrete, poco más que un cachorro, había dado prueba de su raza y personalidad pues me decidí a escribirlo para ustedes. Que, oye, me iba a dejar por una vez mucho mejor sabor de boca que tener que hablar del puñetero virus o de cualquier tropelía gubernamental.