Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


La generación muda

18/05/2022

La generación millennial (25 a 40 años) y la generación Z (16 a 24 años) comprenden a la mayoría de personas que usan el teléfono móvil. En cambio, no llaman por teléfono ni, en general, les gusta recibir llamadas. Principalmente, utilizan las redes sociales o se comunican a través de mensajería instantánea. Por ejemplo, en 2021 el 97% de los jóvenes entre 14 y 24 años usó como vía principal WhatsApp para comunicarse. La voz la utilizan para poner audios, pero no hablan con quien se están comunicando, a través de la pantalla, en tiempo real. Incluso hay parte de esta población que siente ansiedad antes de reunir el valor que necesita para hacer una llamada.
Por supuesto, hay psicólogos que consideran que, a la larga, este hábito puede derivar en un empobrecimiento de sus habilidades comunicativas.
Esta comunidad piensa que las llamadas son una intromisión y, además, les resulta mucho más fácil decir determinadas cosas por escrito, sin tener delante al receptor del mensaje en ese momento. 
Esta característica hace que se les aglutine bajo la denominación generación muda en algunos países como Reino Unido. 
Asisto, a mis cuarenta y cuatro años, a esta transformación de las relaciones humanas, bastante perpleja. Tal vez sea porque recuerdo, perfectamente, que lo único que podíamos hacer, los que ahora tenemos varias decenas en nuestro DNI, era hablar para comunicarnos. De hecho, no teníamos otra manera de hacerlo.
Hasta los veintitantos yo no tuve mi primer móvil ni mi primer ordenador y me pasé dos décadas teniendo solo teléfono fijo. Así es que para hablar con mis amigas no tenía más remedio que llamar o esperar a que me llamasen ellas. Para conversaciones urgentes que surgían fuera de casa o para contar algún secreto no quedaba más remedio que usar las cabinas telefónicas. Para hablar a través de esos teléfonos salvadores había que calcular el dinero necesario para cubrir todo el tiempo que fuese a durar la conversación y no siempre era fácil hacerlo. Resultaba duro ajustar palabras y segundos para expresar todo lo que quería decirse, sobre todo si era a alguien por quien teníamos sentimientos. Y muchas veces nos quedábamos con alguna palabra en la boca. Aunque resultara un poco incómodo, esto también tenía su magia.
Se exigía valentía porque había que hablar las cosas en tiempo real y de viva voz, aunque no fuera frente a frente y ahora, en cambio, puede romperse una relación por un mensaje o borrar a una persona de nuestra vida, simplemente pulsando una tecla.
Me encanta escuchar a mi madre contar que, hace cincuenta años, solo había unos cuantos teléfonos en su barrio y a quien no disponía de él lo llamaban a alguna casa vecina.
Está claro que los tiempos cambian y avanzamos, pero eso no significa que el progreso nos haga más humanos.
 

ARCHIVADO EN: Reino Unido