Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Esa voz

15/04/2021

La voz de aquel niño perdido en mitad de la nada se le metió en la cabeza como el clavo en el madero. Esa voz angustiada que pedía ayuda seguía presente pese a los días pasados desde que vio las imágenes.  Y no solo la voz, también su rostro, esa carita desencajada por el miedo, la desesperación, la soledad…

Imaginaba a ese niño hondureño que caminaba con un grupo de personas, pero sin sus familiares, por mitad del desierto entre las fronteras de México y Estados Unidos. En cómo cayó rendido al sueño sin saber que la pesadilla seguiría cuando sus ojos se abriesen. Intentaba meterse en ese pequeño corazón, en la piel de ese menor cuando al despertar vio que nadie había a su alrededor. Pensaba también en cómo aquellas personas con las que había emprendido el peor de los viajes habían sido capaces de dejarle ahí, tirado en la arena, derrotado por el cansancio y los sueños rotos. Y no encontraba respuesta, y no quería responder a lo que suponía que pasaba en esa jungla de sálvese quien pueda. Una jungla en el que la propia dureza de la vida les hace insensibles. A ellos, por lo que han de vivir; a nosotros, porque no queremos saberlo.

Y pensó también en los padres, en cómo la vida puede llegar a ser tan desesperante que hasta son capaces de vislumbrar una esperanza en un peligroso camino lleno de obstáculos, incluso el de la muerte. Un camino con un deseo que no garantiza ni un destino ni una llegada. Y, aun así, arriesgar se convierte en la mejor de las posibilidades. Escapar. No puede evitar imaginar la sombra de una madre que ve que su niño, lleno de lágrimas y mocos, avanza obligado, mientras vuelve su carita y suplica calladamente que le abracen. Abrazo inexistente. Derrota.

Esa voz, que no se le va como un disco rayado, que taladra el alma… Esa voz pidiendo ayuda del niño migrante al oficial sabe que es la voz de un drama que se repite un día y otro y otro. Allá, en América; acá, en otros continentes más cercanos. Con caras distintas, con situaciones terribles, con historias que ojalá nunca se hubieran tenido que contar. Es un grito frente al conformismo y la mirada hacia el otro lado; frente a la insensibilidad que se instala con comodidad. Esa voz, que no puede quitarse de la cabeza, es la puerta que se abre de par en par para mostrarnos que los niños siempre son los más débiles, los que pagan la crueldad de los mayores.

Ahora, recuerda también su propia voz, su desesperación cuando, años atrás, se soltó de la mano de su madre y se perdió en un centro comercial lleno de gente. Y las voces se le mezclan entre las injusticias, las incomprensiones, entre las suertes de tan dispares desiertos.