José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Duchamp en Valdepeñas

16/03/2021

En Valdepeñas, donde el vino es una poética íntima de la vida y transita por sus calles como en una Venecia manchega de mosto y jaraizes, habita un bien anchuroso Museo del Vino. El enoturismo, la enocultura, la enovida que nos dejan te acaba llevando siempre —y ahora que los museos ya no contagian— hasta una ciudad donde poetas y pintores compiten en sus añadas con los cuidados crianzas, y donde por presumir merecidamente de arte tienen incluso, en este museo, su ‘Duchamp’ particular. 
Sí, ese secador de botellas, giratorio, propiedad del Ivicam y fechado en el primer tercio del XX, reza la cartela. Rodeado de la magnífica colección de fotografías de Harry Gordon, vendimia del 59, y de un amplio muestrario de utensilios y viejas máquinas vinateras, en una antigua bodega de 1901, está la pieza que podría haber encontrado Marcel Duchamp para dar al mundo uno de sus más conocidas obras ready-mades (ya hechas), el Bottle Rack, 1914. Al parecer el original lo compró en un bazar parisino, pero acabó en la basura y actualmente hay siete réplicas en varios museos del mundo. El botellero de Valdepeñas es de mayor altura y giratorio, lo que habría conferido a la idea original duchampiana una condición cinética y mayor plus conceptual.  
Duchamp es uno de los referentes del arte rupturista del siglo XX, o del ‘antiarte’. En sus no demasiadas piezas está la subversión plástica del dadaísmo y la avanzadilla del surrealismo que trocó la función en ficción. Describió el objeto artístico como un fetiche, despojando a cualquier objeto de su funcionalidad, para transformarlo en otra cosa: una rueda de bici sobre un taburete o el célebre urinario de caballeros nombrado Fuente. Operación de calado filosófico con potentísima influencia en generaciones siguientes.  
Pedro Azara, en un libro tan provocativo como sugerente, La fealdad del arte moderno, venía a decir que el artista moderno, incapaz ya de crear, destruía, rompía, alteraba. Había perdido la inocencia y la condición tradicional de la Belleza. Como demiurgo e investigador, el artista llegó al siglo XX incapaz de reproducir un mundo irreproducible, para convertir la práctica del arte fundamentalmente en la descolocación de los objetos y de la manera de mirar al mundo. Nació otro concepto de la belleza, ya sin mayúsculas. La belleza de un mundo fragmentado, lacerado, que buscaba a través de la forma una suerte de nuevo pensamiento a costa de sortear con lucidez la vieja convención de la belleza para inventar otra. O no inventar nada. Duchamp, un antihéroe, acaba con la idea de Belleza para ampliar la percepción artística a ideas y cosas hasta entonces insospechadas. Por ejemplo: el duchampiano botellero de Valdepeñas.