Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Tirarlo todo

11/03/2021

Cuesta abrir la enorme puerta de madera. Se ve que la cerradura está un poco oxidada. El tiempo y la humedad también han dejado su huella. Los pájaros pían como si celebraran la llegada de quien que ya no volverá, aunque ellos lo ignoren. Quizá recuerden los granos de trigo y aquel saliente donde nunca faltaba un cuenco con agua.  Ahora vuelan como ella voló aquel mes de noviembre. Recuerda que caía la tarde y que una fuerte tormenta anunciaba su adiós. Nunca fue discreta, no lo iba a ser el día de su marcha.
Deja sus pensamientos a un lado y vuelve a su tarea. Se resiste a ser abierta esta puerta que tantos momentos guarda tras ella. Es necesaria la fuerza, ese enérgico empujón seco y fuerte. A la de tres. Con su mano en el hombro, como si así mitigara el dolor del golpe, el de la ausencia, observa cómo queda abierta de par en par, cómo se cuelan unos rayos de sol.  Luz en ese oscuro pasillo donde siempre sonaban las notas de blues.
Huele a humedad. Han sido meses de lluvias y las viejas tejas del tejado no abrigan como tampoco las ropas rotas y desgastadas. Retira cortinas con fuerza y se forma una nube de polvo que le provoca la tos. Aún así ríe. El sol de esa mañana casi primaveral parece posarse con suavidad en los recuerdos y los balancea con el mismo amor que una madre a su pequeño. 
La televisión está nueva. No quiso llevársela a la residencia. En ese pequeño gesto intuyó que el cerrojazo sería para siempre. Y que ahí, junto con todo lo suyo, se quedarían también las voces de Clint Eastwood, Cary Grant, Clark Gable, Paul Newman, Gary Cooper… Sí, también las de ellas: Andrey Hepburn, Doris Day, Marilym Monroe, Liz Taylor, Ingrid Bergman, Vivien Leigh… Esas películas compañeras al amanecer, cuando el silencio dormía con el resto de la aldea y solo el gallo se atrevía a contarle que había amanecido.
Tienes que tirarlo todo. Recuerda esas palabras y se le clavan en el corazón como una lanza, como una aguja en la vena durante días, como si aceptara la desmemoria como símbolo de modernidad. Sus fotos con sus viajes, sus gentes, sus cosas, sus ropas, su alegría se reparte por la casa como esas primeras margaritas blancas y amarillas por el jardín: desordenadas y a montones. Pegada a la pared resalta una de esas fotos, está divertida y burlona con esa sonrisa que nunca se ausentaba de su cara. Se sentó a su lado. Con la serenidad que no siempre se encuentra, pensó en todo lo acumulado a lo largo de una vida y en cómo iba a tener valor para tirarlo. Entonces, le pareció ver su imagen en blanco y negro reflejada en esa televisión polvorienta mientras escuchaba su voz en el pasillo cantando blues.  Y supo que, tirara lo que tirara, ella siempre permanecería allí.