José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Verano Kabul

01/09/2021

Habrá –de hecho, las hay– muchas posibilidades de apellidar al verano de 2021 que se desliza a término. Entre el subidón imparable de la factura eléctrica, el silencio estival gubernamental, la quinta ola de la COVID, las expulsiones de jóvenes marroquíes de Ceuta, el debate de la aplicación de los fondos europeos de reconstrucción, la habitual plaga de incendios incomprensibles y el, ya también habitual, episodio de contaminación del Mar Menor. Pero la bandera destacada para apellidar el verano que nos ocupa ha sido, sin ninguna duda, el colapso de Afganistán. Un colapso incomprensible del actual –bueno, ya pasado– régimen que ha sucumbido, pese a contar con un ejército regular de 300.000 hombres frente a las milicias talibanes de apenas 75.000. 
Una milicias relativamente equipadas –abastecidas de los abandonos de armas e impedimenta de las tropas oficiales, en movimientos raros y sorprendentes– y movidas por un milenarismo islamista que ya ha demostrado su incompetencia inconmensurable en el anterior periodo de gobierno talibán de 1996 a 2001. Incompetencia y rigorismo islámico de la sharía que tiene más perfiles de retorno al medievo que de progresión al presente. Las escenas de huidas de afganos habituados a modos de vida liberales y occidentalizados, bloqueando los accesos al aeropuerto de Kabul, han sido consideradas como el abandono de Estados Unidos en 1975 de Saigón ante el empuje del Vietcong y las tropas de Vietnam del Norte, abastecidas por China.
Ahora de nuevo el abandono de Estados Unidos del Afganistán ocupado en 2001, y el rápido reconocimiento del régimen talibán por parte del gobierno de la República Popular China abre una nueva partida de geoestrategia. En una demostración, en el año del muy relevante –por las celebraciones habidas en Pekín– centenario de la fundación del Partido Comunista Chino, del filibusterismo político del gigante asiático y de su manera de entender las relaciones internacionales pro-domo sua y que obliga a una rara partida entre Rusia –con fronteras con Afganistán y pleitos en la zona–, y la India como potencias de proximidad, más el añadido conflictivo de la otra República Islámica de Irán por más que las diferencias entre suníes y chiitas bloquen algunos entendimientos.
Lo que sí parece, desde el Occidente democrático y liberal, es la apertura de un nuevo frente abierto que introduce más inestabilidad en la zona y la transfiere al inestable tablero de Oriente Medio, donde Siria, Líbano, Palestina, Irán y, ahora, Afganistán abren la interrogación de la compatibilidad entre Repúblicas Islámicas –Islam en general– y sistemas democráticos. Por ello, Verano Kabul y no tanto –como quisieran algunos– Verano azul.