José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Quién lee al columnista

31/01/2023

Se preguntaba Larra si había algún español ahí fuera. Y nadie le contestaba. Solo le respondió su propio disparo seco en la madrileña calle de Santa Clara. El Pobrecito Hablador estuvo toda su corta vida romántica lanzando inútilmente sus perplejidades al viento sordo e indiferente de su patria (porque la patria a veces se esconde, se hace huidiza y rara o parece como arrepentida de ser). 
Al cabo la literatura —en corta o larga distancia— es, debe ser, una suerte de incontenible pregunta sin signos de interrogación. Y estas letras más o menos apresuradas y volátiles de periódico son, como pocas, testimonio de ese oceánico bullir y no saber. Escribimos artículos. Recogemos opinión y creamos opinión, dicen. Queremos desvelar el mundo desvelándonos en cada columna. No tengo una teoría del columnismo. O acaso, si la tengo, se explicaría en mis escritos de antes y de ahora. A uno la columna lo escribe, lo radiografía implacable o lo desdibuja, como en este moderno trazo de borrosidad digital con que nuestro periódico nos retrata a modo y manera de una litografía del alma.
Pero lo que en el fondo se pregunta uno es quién te lee; más cuando la web hoy te expande a los cuatro vientos. Dónde está ese lector desconocido, cómplice de tus dudas y tus metáforas, de tu alergia a las redes sociales y de tu necesidad del perfume venenoso de la tinta impresa. En mi anterior etapa en estas páginas tuve al menos un lector declarado (habrá también amores y odios, más o menos ocultos), un elogioso y entregado lector, un lector letraherido y bibliófago como pocos al que he perdido algo la pista. Sólo por ese lector ya merecía la pena salir y dar la cara, entonces, cada jueves. Creo que lo puse en la columna: incluso me obsequió —guiño inteligente— con un magnífico libro de artículos de Josep María de Sagarra, cosecha del 59. 
No puede quejarse uno de muy atentos lectores, pero acaso cada columnista —más en estos tiempos algo encolerizados y divisivos— necesite tener su propio lector de cabecera, su lector de compañía. Alguien ligeramente hambriento de letras llevadizas al que nutrir al menos un día a la semana. Es la ventaja de la comunicación cercana del periodismo. Ningún columnero sin su lector fiel e inteligente, perspicaz ante la errata y ávido de la pincelada en esta acuarela rápida en que a veces se convierte cada artículo, y siempre agradecido.
A la inversa del pirandelliano columnista en busca de lector entregamos semanalmente lo que Umbral llamaba arar en el secano de la tipografía, y aquí es mi sencilla espuma periodística de los días en un folio, como el hollín pasajero que entinta todavía las manos inocentes. 

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