Ya estamos aquí otra vez, como si nada hubiese pasado durante los treinta y un días de agosto. Cierto que no estamos de vuelta a lo Fray Luis de León -decíamos ayer-, que volvió a su cátedra en todo su esplendor como autor,  dado que nuestro país se enfrenta, en no muy dilatadas fechas a la fatídica y vergonzosa cifra, para los poderes públicos, de medio millón de contagiados por la parte de pandemia que a nosotros, a los españoles, a los españolitos de todo pelo y condición mejor, nos ha tocado lidiar y padecer y, sin concesión alguna a nada, mal gestionar. Y es que España, incluso los que están locos por salir corriendo y los que no lo estamos menos porque corran y se pierdan en lontananza -la pandemia debería haber abierto ojos y oídos a millones de españoles y parece que no lo ha hecho, tiene, tenemos todos, incluidos los que hemos cumplido a rajatabla las disposiciones de todo tipo, la vergonzosa responsabilidad de estar en los primeros puestos, si no en el primero en alguna materia, en cuanto a cifras y opiniones de, al menos, el mundo occidental, que ve cómo una presunta democracia, falla en contagiados, en fallecidos, en respuesta ciudadana para cortar la transmisión, en rigor para los irresponsables que, no sólo han seguido, día tras día, burlándose de normas y autoridades emisoras de las normas, sino que han servido de vía contagiadora para miles de personas, muchas de las cuales, tras enfermar, han podido morir en lo más parecido a un homicidio multitudinario.
España: la peor gestión de una mala crisis