José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


FLM21

21/09/2021

Se hacían de oro los soles madrileños sobre la tarde declinante y desembarcaban en nosotros impremeditadas sonrisas galaicas, morenez risueña de ojos viajeros posados sobre la mitad de lo que más queremos. Y de la otra esquina llovían en el móvil azules limpios con olor a mar en las fotografías de Alberto, como si el verano quisiera huir definitivamente con él hacia el norte de brumas y melancolía. Porque pasamos por los días y las calles llevándonos esas esquirlas de vida exterior que necesitamos para respirar, raspándonos con los seres y los lugares, con los espacios y las nubes que tapizan sin querer el alma.
Atravesábamos, sin darnos cuenta, lo que desde julio la Unesco había nombrado Patrimonio Mundial, el eje Prado-Retiro marcado como Paisaje de la Luz, saldando la injusticia de ser la única gran capital europea sin ese título, como si lo necesitara para abandonarse —entregada y viva como pocas— en esa ebriedad de arte y de belleza, solo a una hora ferroviaria de casa. Y así voy rebobinando en el espacio y en el tiempo hacia los altos del Retiro, bajo los castaños de Indias que entoldan las filas de gentes que no renuncian a perderse por segundo año consecutivo su Feria del Libro, septembrina por pandémica, casi otoñal.
Uno ha estado en la feria como autor, como editor, como lector siempre o acaso como excusa sin saber el porqué. No sé si por placer o por trabajo o porque todo se me confunde en este oxigenarnos de papel, de respirar como la fotosíntesis de los árboles que necesitan el sol. De ver a escritores amigos o reencontrarse con otros en lecturas y columnas compartidas. De buscar o de encontrar sin buscar. De transformar en volutas de cigarrillo rostros lejanos de autores nunca aparecidos en las casetas (alguien del gremio las comparó con jaulas del zoo donde se exhiben por si les echan cacahuetes o agradecimientos; como en la cercana Casa de Fieras, donde las antiguas jaulas donde vi de niño los primeros tigres albergan ahora las estanterías de una biblioteca municipal: perfecta metáfora de los libros como artefactos feroces a proteger o protegernos de sus fauces letradas).
Cruzamos por Alfonso XII y me acuerdo del viejo novísimo Antonio Martínez Sarrión el vecino escritor que acaba de perder el Retiro —tan paseante del Parque como antes lo fue Baroja, desde su calle Ruiz de Alarcón— pero nunca encontré firmando libros entre casetas y ardillas. Acaso porque como decía en su poema Discreto, es feliz quien «ni publica su suerte, / ni menos aún mendiga / aplausos, pompas, humo / con que hacerse una estatua».