José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Aulas sin miedo

08/09/2020

Ya desde las amplias cristaleras de la calle se veía el bullicioso fragor del interior. Había un trajín contento, entre ligeramente eufórico y esperadamente liberador. Entré en mi papelería de costumbre para llevarme la libretita de bolsillo de hojas blancas, donde anoto ideas, lecturas, cosas, y la carpeta de sesenta fundas transparentes en la que fijar los últimos recuerdos fetiches de agosto (como el ticket hasta al mirador del Atlantic, donde el Mar del Norte giraba ese día a nuestros pies, abrasador y húmedo como pocas veces) o el aluvión de imágenes que voy robando a los días que no cesan.

Salí sin mi compra —volveré otro día—, pero alegre, porque Ángela, sin perder su sonrisa, no daba abasto casi a despachar libretas y rotuladores y cuadernos, incluso estuches para guardar el botecito de hidroalcohol y la mascarilla de repuesto… “María, deja de mirar más agendas que ya llevamos mucho tiempo aquí”, decía la madre y la niña seguía abriendo y cerrando aquellas llamativas agendas 2021, de una inacabable estantería. Había en niños y padres un disfrute inédito por tocar y sumergirse en esa selva inmensa de material escolar, en un novedoso festín de color, como brazadas de papel cayendo sobre la gente a modo de lluvia inédita que anunciaba el fin de la cuarentena exterior, de la expulsión del paraíso del colegio, de la vuelta a las lejanas rutinas de clases y recreos y al olor a madera de los lápices nuevos. En esos momentos ni la tablet ni el ordenador más rutilante (a los que habían estado odiosamente condenados por la enseñanza digital durante meses) podían competir con tantos objetos y texturas nada virtuales, que se podían rozar con los dedos, desafiando al coronavirus que les mandó a casa un 12 de marzo.

Era la llamada de las aulas que abren por fin este miércoles; el retrato de la ilusión infantil —no exenta de incertidumbre y nerviosismo— que vivimos de pequeños y luego se ha repetido en nuestros hijos cada estreno de curso. Qué iban a saber ellos de unas “Orientaciones para la preparación de planes de contingencia para el curso 2020-2021” arbitradas por el Ministerio de Educación, a finales de mayo, que recomendaban poco papel y menos balones o que, en estas vísperas escolares, nuestro presidente regional hablara de los efectos que nos ha provocado la “bomba radiactiva-vírica” de Madrid.

Lo que veníamos a celebrar todos era una suerte de exorcismo presencial contra los demonios del miedo, de la propaganda y de la improvisación. El mismo rito celebratorio y emancipador de la vuelta al espacio del aprendizaje y del esfuerzo, del saber y del crecer libres. Nada más que eso.