José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Inteligencia artificial

11/01/2023

Ya sabrán todos ustedes a estas alturas, lectores del año que nace como 2023, que la palabra del año vencido –práctica social que se remonta al lejano año de 2013: elegir la palabra emblema o la palabra fetiche, con capacidad para resumir el contenido del año entero y ya clausurado– ha sido un posible oxímoron. Al menos así lo veo yo desde mi modesto observatorio del mar interior de la meseta sur. Ha sido la elegida –como han apuntado algunos observadores, no una sino dos palabras– la expresión inteligencia artificial. 
La elección ha merecido todo tipo de comentarios, desde los que expresan la ruptura de la convención monoverbal precedente, hasta los que cuestionan el contenido imposible de la expresión del pasado año por el conflicto de sus términos entre sí. Todo, en la medida en que la inteligencia remite a un campo de naturaleza conceptualmente diversa y bien distinta del área instrumental del artificio. Y ello, pese a que el nacimiento del concepto informático artificial intelligence cuente con un buen número de años, desde que John McCarthy lo acuñara en 1956. Todo lo cual lo cuenta con su habitual elocuencia y sabiduría Lola Pons, en su artículo del 30 de diciembre en El País, El año que aprendimos a hablar con las máquinas. Cosa bien distinta, la de hablar con una máquina o con varias, que la expresión/palabra del año 2022, haya sido esa de inteligencia artificial. Expresión que, a juicio de Lola Pons, «es más que revisable hoy: lo que la naturaleza no da, una máquina puede otorgarlo», haciendo bueno lo malo y elocuente lo necio a través del implante maquinista y de la impostura –que es, de suyo, una imposición y un artificio. 
La acepción ganadora del año 2022 no expresa tanto una modalidad verbal alterada o un nuevo campo de conocimiento, cuanto una nueva gestualidad social de la impostura extendida y creciente. Y a los hechos me remito. Ser y aparentar lo que no se es, merced al juego de la máquina, exhibir lo que no se posee y presumir de lo que se carece compone el nuevo continente de la impostura racionalizada y se identifica con las vieja dicotomía establecida por el estudioso italiano del arte, Gillo Dorfles, cuando escribía la contraposición de naturaleza y artificio, nombre de su trabajo de 1968 Naturaleza y artificio, que algunos quisieron circunscribir al territorio de las artes, cuando bien cierto es que aquello del artificio natural o de la naturaleza artificializada era extensivo al territorio entero de toda la sociedad.