Miguel Ángel Jiménez

Comentario Dominical

Miguel Ángel Jiménez


Legados vitales

11/12/2020

Valoramos mucho a las personas por su inteligencia y las capacidades unidas a ella. También otro tipo de cualidades como el tesón en el trabajo, la generosidad, la bondad, la capacidad para perdonar o la ausencia de un corazón rencoroso. Todo lo que configura a la persona es importante, es un todo. Más todavía, la persona no es (no somos) ni siquiera el conjunto de capacidades o cualidades porque si no sería claro que valdríamos más cuantas más cualidades tuviéramos. No es así. La persona tiene valor en sí misma: no es ni debemos medir a nadie por lo que es capaz de hacer.
¿Y cuando una persona es alegre? La alegría es uno de los grandes dones que podemos tener y regalar, aunque hasta podemos llegar a menospreciar esa cualidad como algo sin entidad, como un sobreañadido que viene bien, pero que no es fundamental ni tan importante como otros aspectos de la persona. La alegría es esa actitud constante, diaria, empeñada en mirar la vida de una manera nueva y distinta, casi como la ve Dios. No es solo algo que revierta solo en la persona que la desarrolla, es que transforma todo su entorno. No huye de los conflictos, ni tampoco pretende no tenerlos, pero sí hace que se puedan enfocar y vivir de otra manera. Alegres, amables, simpáticos, construyendo humanidad en lo cotidiano. Unidos, nos vamos forjando en una cadena inquebrantable de sencillez, humildad, felicidad, eternidad. La promesa de Dios es la de la alegría infinita y eterna todos juntos. Es lo que de Él recibimos y, también, lo que estamos llamados a entregar a los demás.