Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Nuestra pandemia

02/02/2021

Entre heroísmos y cobardías, somos un país inestable que, si en estas décadas ya veníamos padeciendo una enfermedad política, económica y moral, ahora se le añade el complemento de una epidemia, que es de mucha gravedad y largo alcance porque a la dolencia física sigue una ruina económica y unos trastornos psíquicos que dejarán huella. Para hacerle frente se necesitaba organización, honradez y concordia, pero la tardanza, la improvisación, la frivolidad y la picaresca han marcando tanto los equipamientos como los planes sanitarios. Solamente han sido intachables hasta el heroísmo la primera línea de combate formada por los sanitarios y cuerpos de seguridad y sus auxiliares. Una de las causas de fondo, que se comprende con abrir los ojos y los oídos frente a quienes nos gobiernan, es la incompetencia hecha institución.
El ministro de Sanidad es un filósofo de aspecto notarial, voz desganada y mirada errática, cuyas intervenciones muestran tanto su carencia de conocimientos en medicina y salud pública como sus vacilaciones para adoptar las medidas necesarias y que justifica sus decisiones en un comité de expertos que no existe. Su edecán Simón contrasta por la desenvoltura y se ha hecho popular por sus ocurrencias, metiendo la vela según de donde le venga el viento.
Para mí, esta gestión de la epidemia a cargo de incompetentes es el gran fallo, la clamorosa estafa que ha conseguido que España ostente el récord relativo de muertos, de  contagio de sanitarios, de falta de equipamiento, de ruina económica y de discordia social.
Cuando el jefe es un mediocre, ha de rodearse de personas de menor categoría y, para satisfacer la deuda con los clientes que le auparon, ha de colocarlos en puestos bien pagados, valgan o no valgan para ellos. Como un filósofo (Salvador Illa) es ministro de sanidad, una enfermera (Susana Hernández) es directora de una empresa naval (Sainsel) y un licenciado en derecho (Joaquín López) de una empresa de electrónica submarina  (SAES). Basta con repasar los currículos y experiencias de los ministros para confirmar el diagnóstico.
Nada peor que un ignorante con iniciativas, y aquí damos palos de ciego para aparentar  eficacia. Esta falta de criterio científico hace que haya una cantidad de órdenes contradictorias y de medidas diferentes y de propuestas variables. Se nos dice que más importante que la economía es la salud, pero nadie sobrevive si no come. Y finalizo con un ejemplo cercano.
Carolina tiene en Pozuelo La Taberna de los Poetas, restaurante cuidadosamente protegido frente al virus y que frecuentamos los adictos a las letras, Su vida o su ruina va a depender del grado de culpa que se atribuya a la hostelería, que es un sector básico que sufre restricciones severas hasta el cierre total en algunas comunidades. Pero en este servicio público de bares, restaurantes y hoteles la tasa de contagio no pase del 3,2% y las bajas entre su personal del 5,2%, con lo que Carolina me dice, con un humor que encubre su enojo: «Si la hostelería fuera el problema, los hospitales estarían llenos de camareros».
Me duele hacer esta crítica en unos momentos dramáticos, pero que todos colaboremos en hacer frente a esta pandemia no nos exime de analizar las causas que la han agravado.