Miguel Ángel Jiménez

Comentario Dominical

Miguel Ángel Jiménez


Mascarillas para ciegos

05/07/2020

Es sumamente prioritario buscar con denuedo (y confiar en encontrar con celeridad) una vacuna -también un tratamiento- que haga posible superar la grave crisis sanitaria y humana que estamos sufriendo. Ambas cosas porque si la vacuna nos ayudará a protegernos, el tratamiento hará posible que los que sean atacados por el virus tendrán a su alcance también la posibilidad de curación. La razón y los saberes para poder hacer frente con la ciencia a este lance de la historia. Encontrados los remedios, debería ser forzoso ofrecerlos a todos generosamente: fraternidad sostenida en el reconocimiento del otro como un igual.  
¿Quién podría imaginar tan solo hace unos meses que un virus estaría arrodillando a poderosos y humildes? Hubiera pasado por ciencia ficción (y de la mala) cualquier futurible que tuviera una situación de lejos similar a la que vivimos. Bien puede ser la mascarilla el símbolo del orgullo de una sociedad autosuficiente que sigue sin ser consciente de sus fronteras: puedo más que nada, más que nadie o de lo que pueda venir y, por eso, seguimos poniendo toda nuestra fe en la consecución de una vacuna que sigue sin abrirnos ni a la transcendencia ni a los demás. Así nos seguimos volviendo al trono endiosado de una humanidad que supera episódicamente, escalón a escalón, la torre de su propio orgullo, pero que no encuentra un rostro que reconocible que no sea el suyo propio. A la Luna le seguirá Marte, y a él, acaso, el satélite de Júpiter, Europa, pero no habremos aprendido nada. En las desgracias abrimos las puertas, extendemos las manos y la ayuda fluye sincera, pero cuando la emergencia desaparece volvemos a los altos muros de nuestro castillo. Al orgullo, que por su propio principio es devorador de hombres y de relaciones, le habría de seguir, cuando sea, una humildad reconocedora de aquel sin el cual no habríamos conseguido nada. El orgullo autosuficiente no nos hace ir más allá de las estrellas sino enfangarnos en nosotros mismos. 
La crisis iniciada en 2008 no nos devolvió más sencillos ni más comprometidos. Pensaremos ahora, como entonces, que hemos vuelto a salir -eso creemos- indemnes, orgullosos, crecidos, que la capacidad del hombre es ilimitada. La realidad volverá a abofetearnos. Mascarillas que ciegan ojos. Un escalón más. No deberíamos necesitar emergencias ni crisis ni virus para encaminarnos con paso firme al encuentro. Salimos del confinamiento corriendo y necesitados de abrazos, de cariño, de otros. Constituye la humanidad su avance científico, pero también mirar a otros como hermanos.