José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Innombrable

30/12/2020

En 1953 Samuel Beckett, publicaba la novela El Innombrable, que sería publicado entre nosotros en 1966, por Esther Tusquets en la colección majestuosa de editorial Lumen, Palabra en el tiempo. Y que daba comienzo así: “¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora? Sin preguntármelo”. Y que se cerraba con las crípticas palabras. “allí donde estoy, no sé, no lo sabré nunca, en el silencio no se sabe, hay que seguir, voy a seguir”.

Me ha venido en estos días, a la memoria el esfuerzo por vadear la nada inconmensurable que hiciera Beckett, al leer y releer esos compendios anuales de cierre de ejercicio que suelen cumplirse en estas fechas tan proclives al balance de ejercicio y al formato atufarado de pesares pesarosos. Donde se han vomitado perjurios y lamentos en rara sintonía, para exorcizar el año –como si ello fuera posible a toro pasado–.

Uno se previene ante el caudal del tiempo futuro y por ello se previene y se prepara para esa acometida impetuosa del flujo del tiempo móvil y movedizo. Pero rara vez, los exorcismos contra el tiempo sirven como viático para ahuyentar el pasado, que ya es un reguero de memorias, huecos, vacíos y hemerotecas dormidas. Y por ello, ya resultan inamovibles y quietos. Por eso, esa extrañeza ante el ejercicio periodístico y cuasi-literario de golpear las palabras y percutir con martillo los días descontados, como un ensayo fin de fiesta. O como un ejercicio sostenido sobre la irascibilidad de la vida golpeada, como si de un punching-ball se tratara. Para, con la rabieta del golpeo y el descontento, recuperar el aliento perdido por el descoloque anual. Aunque queda claro, que siempre, estamos descolocados en los finales de año. Sea cual haya sido el trayecto previo: accidentado o sin accidentar. Porque lo que cuenta, es la contabilidad del descuento de las esperanzas y de las perplejidades.

Pero yo si me pregunto –como no hacía el innombrable personaje de Beckett–, en este instante de vadear las aguas, por las crueles despedidas de un año colmado de calificativos. Calificativos peyorativos de todo tipo y manera, aunque mayoritariamente vengativos y cercanos al vituperio doliente. Es tal el caudal de anotaciones recibidas, en los últimos días, por el exhausto 2020, que viajan entre la maldición y el escarnio, entre el tuercebotas y el espanto patibulario. Sin menoscabo de la descalificación y el insulto o la injuria cercana a la blasfemia con blasones. Y por ello, uno piensa que se ha agotado el cofre de las palabras condenatorias para hundir el año huérfano y rendir esperanzas al que llega. Pese a todo Feliz 2021.