Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Maltrato

26/11/2020

A las cinco de la madrugada entró un mensaje en su móvil. Su sueño es tan ligero que un pequeño sonido bastó para despertarla. Primero decidió no mirarlo, se acurrucó con su edredón e intentó dormir de nuevo.  Demasiadas ideas empezaron a juntarse en la cabeza. Y si era algo urgente; igual alguien se había equivocado de destinatario; podría ser cualquier tontería de las que se mandan en grupo, un chiste, un vídeo; o quizá… Agobiada con ese ir y venir de posibilidades, finalmente optó por encender la luz y verlo. Eran las 5.17 h, por la ventana solo entraba la oscuridad de una noche sin luna y al desarroparse un poco, el  frío no pasó desapercibido. 
Sintió cierto alivio al comprobar que no era un familiar quien había enviado el WhatsApp. Tampoco una persona incluida en su lista de contactos. En la pantalla, un número que no supo identificar. Empezó a leer frases llenas de erratas y de cierta inquietud que hablaba de un novio, de insultos, de celos, de amor. De nuevo la duda entró en juego: ¿debía o no debía contestar? Decidió que no, porque ni siquiera sabía quién era la autora de esas palabras. 
Dejó el móvil sobre la mesita, apagó la luz y volvió a arroparse con el deseo de recuperar el sueño en esa última hora que aún quedaba antes de que sonara el despertador. Pero no se cumplió su deseo. Aquel mensaje se había metido en su cabeza como el eco y sin querer lo repetía y repetía. Una vez más se dio cuenta de que sueño y preocupación no son buenos aliados. 
Sin encender la luz cogió de nuevo el teléfono, releyó el mensaje y contestó. Entonces supo que era una amiga de la que no sabía nada desde hacía un par de años, cuando conoció a un chico y lo convirtió no solo en el centro de su vida, sino en lo único existente. Se fue separando de todos, de las cenas, de los viajes, de las llamadas…siempre con la excusa de que tenía muchísimo trabajo y que el poco tiempo que le quedaba lo quería pasar con él. Las distancias físicas y emocionales se fueron haciendo mayores con el tiempo hasta que dejó de haberlas porque desapareció todo contacto. Se llama una vez, dos, tres, incluso siete, pero cuando las respuestas siempre son negativas se deja de hacerlo a la espera de que sea esa persona la que tome la iniciativa. Y eso estaba pasando, aunque más de dos años después. De pronto, se paró esa conversación escrita: «Te dejo, te llamo mañana».
No lo hizo. Ni ese día ni al otro.  Tres días después, ante su nueva ausencia, fue a esperarla a la puerta del trabajo. Cuando al salir vio a su amiga, sintió que no estaba sola y la abrazó sin poder dejar de llorar. Ya ha pasado un año desde aquella madrugada en que se atrevió a mandar el mensaje, un año desde que comenzó el ansiado fin.