Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


La palabra dada

05/07/2021

Cientos de veces se lo oí decir a mi padre: «Cuando le des la mano a alguien a modo de acuerdo o contrato, eso va a misa». ¡Qué tiempos aquellos en que lo que acordaban los hombres jamás quedaba reducido a papel mojado! Era una época dorada en que las personas no necesitaban ir de la diestra de un abogado para caminar por la vida. Bastaba la palabra.
De entonces acá el deterioro de la Humanidad se ha hecho patente de una manera harto significativa. La mentira se ha convertido en instrumento cotidiano, subvirtiendo los grandes y pequeños valores de antaño. Los hay que mienten por sistema, ya no como modo de salvar la pelleja, sino por puro vicio. Tuve un compañero en la universidad que de tal modo lo habían maleado los jesuitas en Navarra que cada vez que le decías algo, él creía justo lo contrario. Cuando me di cuenta, actué en consecuencia.
Decir Cospedal que lo de Villarejo era un simple intercambio de pareceres, y para ello mandaba su coche oficial a recogerlo en la cafetería Riofrío, de tal modo que pudiera entrar en la sede del PP de Génova discretamente por la puerta trasera, es de risa. Decir Ayuso que el puesto creado ad hoc en la Comunidad de Madrid al tránsfuga Cantó, con una remuneración de setenta mil euros anuales, para defensa y divulgación del castellano, es de carcajada. Obsequiar gentilmente a don Pedro Sánchez con un voto confiando en su discurso electoral, en el que, entre otras muchas lindezas, aseguraba que jamás pondría en la calle a los presos golpistas catalanes, ha resultado más bien trágico, o incluso tragicómico.
¿Acaso no se dan cuenta tan insignes personajes que semejantes mentiras los convierten en juguetes rotos, en marionetas, en muñecos del pin pan pun? ¿No comprenden que cuando alguien pierde la credibilidad difícilmente va a poder recuperarla? Ayer mismo, con la pasta que Dios le ha dado a este presidente que muchos veían en él  a un Obama, aseguraba con contundencia medida que jamás su gobierno se avendrá a aceptar un referéndum en Cataluña, entre otras cosas porque la Constitución no lo permite; sin embargo, las palabras de don Rufián no podía resultar más elocuentes. Demos tiempo al tiempo.
En la vida puedes engañar una vez a muchos, pero creer que, con la ayuda del todopoderoso aparato de la ‘caja tonta’, vas a seguir engañándolos una y mil veces frisa en lo pueril. Eché de menos que a la hora de tomar la resolución de poner a los presos catalanes en la calle a nadie del Gobierno se le ocurriera al menos hacer una consulta entre los militantes de su propio partido. Pero está claro que Sánchez es de los mesiánicos, convencidos de que un voto es un voto en blanco. Lo que acaso ignora es que, como decía aquella gran dama burlada, esto se paga, esto tiene un precio.
En la política, como en la vida, no todo vale. Sacar a los presos catalanes de la cárcel del modo que lo ha hecho, indultarlos como lo ha hecho (y conste que no entro en consideraciones de conveniencias personal), podrá ser legal, pero de ningún modo moral. ¿Qué pensarán los miles de presos que pagan religiosamente sus penas por delitos bastante menos  graves viendo esta farsa?
Entre unos y otros, el Estado Español se está convirtiendo en un ente anémico, con esa cantidad de buitres carroñeros empeñados en sacarle las entrañas, que son las de todos nosotros, las gentes de bien. ¡Qué envidia me dan países como Francia, Alemania, Reino Unido, Italia!... Sus diferencias se las dilucidan entre ellos; sus trapos sucios los lavan en la intimidad, y salvo rarísimas excepciones, el orgullo de sus ciudadanos incluso se aprecia en los campos de fútbol. Por aquí el grado de encanallamiento, por motivos que algún día me atreveré a analizar, alcanza ya dimensiones inauditas, con esas dos Españas que a más de uno siguen helándonos el corazón.