La Feria Nacional del Vino regresa a Ciudad Real como algo más que el más importante encuentro profesional del sector, que no es poco. Fenavin, en efecto, se celebra este año en un ambiente de euforia contenida, de satisfacción general, por los datos que avalan al vino español como una de las más importantes tarjetas de visita de nuestro país en cualquier rincón de la geografía mundial. Y no hay lugar más indicado para ello que el corazón del más importante viñedo del mundo: Castilla-La Mancha.

Hace ya muchos años que los viticultores castellanomanchegos decidieron que el papel de productores de la mejor uva en cantidad y calidad no era suficiente, pues el valor añadido posible se cosechaba en otras latitudes, en otros países. De esta manera, comenzó un largo y fecundo camino hacia la organización cooperativa, la inversión en infraestructuras, la diversificación para una mejor respuesta a las demandas del mercado y, por supuesto, la investigación y el desarrollo aplicado a la producción de vinos de calidad, competitivos y apreciados.

Es algo más que un golpe de timón impulsado por una nueva concepción del territorio, que no otra cosa es la autonomía; se trata de un cambio cultural que parte de la tradición de constancia, sacrificio y trabajo del agricultor, de su conocimiento ancestral de la viña y su cultivo, para aplicarlo al esfuerzo continuado que supone llegar a los mercados regando la tierra con el valor añadido de todo el proceso: desde la poda y la vendimia, hasta el disfrute de una copa en el restaurante, en la mesa familiar, del más recóndito rincón del planeta.

Y es con esta filosofía, que desde la administración hacemos nuestra, con la que el viñedo castellano-manchego se levantó como una de las más firmes defensas contra la depresión económica y moral de la crisis más amarga de cuantas han intentado asolar al mundo.

Y no es solo una cuestión retórica. En el año 2000, en el arranque del siglo XXI, Castilla-La Mancha representaba el 25 % de la exportación de España. Veintitrés años después, esta tierra, acapara el 55% de las exportaciones de vino. El incremento es casi exponencial si hablamos de cantidades, pues de los dos millones de hectolitros en aquellos años hemos crecido hasta los once millones que se exportan, actualmente. Y además, con calidades y precios mucho mayores que entonces, a destinos de mayor valor añadido en mercados emergentes donde se aprecia el excelente vino de Castilla-La Mancha.

Fenavin ha tenido mucho que ver en este incremento, que tiene además su reflejo en el mercado interior. Los vinos de Castilla-La Mancha, ya sean varietales o amparados en cualquiera de las nueve Denominaciones de Origen que estructuran la cultura vitivinícola de nuestra región triunfan en el mundo. Este año, será importante mirar hacia nuevos mercados como Perú, Brasil, o África Occidental, pero también hacia las nuevas demandas y oportunidades de mercados ya consolidados, como el europeo y el español.

Y en este marco siempre en evolución, el vino ecológico irrumpe en el mercado internacional conquistando nuevos consumidores. Por ello, en Castilla-La mancha se ha incrementado la superficie reconocida y controlada como viñedo ecológico hasta las 63.000 hectáreas -de las casi medio millón actuales- que suponen el mayor viñedo del mundo.

La prudencia y el respeto al momento en que se celebra esta Feria, aconseja no entrar en cuál ha sido el papel de la Administración en apoyo a los buenos resultados del sector como sostén de la economía española y castellanomanchega. Tampoco es mi deseo asumir un protagonismo que, en Fenavin, en el mejor encuentro profesional posible en torno al vino español, corresponde a los profesionales del sector allegados de todas partes.

Los mejores acuerdos, las mejores amistades, los mejores momentos, las mejores celebraciones, se forjaron siempre con una copa de vino en la mano, y una botella en el corazón de la mesa. Ese espíritu es el que convierte a Fenavin en una oportunidad única, y el sector lo sabe.