Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


En el arroyo

03/06/2021

Estamos en el arroyo. Podemos entender que votar, identificarse o pertenecer a un partido político sea como ser del Betis, o del Atlético, a ultranza y por encima de cualquier circunstancia negativa, que se soslaya y queda siempre supeditada al superior sentimiento de pertenencia. Eso explica, por ejemplo, que la mayoría de los militantes de cualquier partido político sigan y se adapten perfectamente, a toda costa, a las directrices del partido del momento, aceptando siempre, sin discusión alguna, las encomiendas que marque la Ejecutiva, el presidente, o el secretario general de cada época.  
En este contexto, es evidente que el pensamiento crítico y la razón se doblegan a otros elementos que pertenecen al mundo de los sentimientos, permitiendo al partido adaptarse a cualquier circunstancia, aunque esta sea radicalmente opuesta y contradictoria con la impronta ideológica, que se mantiene intacta. Este aspecto emocional, interfiriendo en la política, es el gran recurso del populismo, permitiendo cualquier mutación ideológica ad hoc, facilitando que un líder político pueda decir hoy una cosa y mañana la contraria sin atentar contra los supuestos principios ideológicos del partido. Da exactamente igual, sus acólitos aceptarán las directrices de hoy y las de mañana.
A pesar de la reiteración histórica de repugnantes casos de corrupción y el más que evidente y actual abandono de la senda constitucional con los indultos en ciernes, la respuesta pazguata de los ciudadanos nos hace suponer que va para rato la adopción de medidas serias para la regeneración democrática de la sociedad, tales como limitar el tiempo de dedicación a la política y el mandato de cargos orgánicos e institucionales, la modificación del sistema electoral, la efectiva limitación y fiscalización de las cuentas de los partidos políticos, el control de su excesivo poder y de su influencia en los medios públicos de comunicación. Y tampoco tenemos muy claro que estas medidas sirvieran para cambiar la situación. Lo imposibilita, sin duda, el infantilismo político imperante, cargado de moralismo en la búsqueda de una sociedad ‘playmobil’, el abandono de la lógica y la razón en la solución de conflictos, la hipocresía, el imperio de las emociones y los sentimientos, la irresponsabilidad, el abrazo a los nacionalismos periféricos, sostenidos en la identidad y la tradición, y el adanismo en contra del progreso científico.
En esta lucha de identidades, los grandes debates que plantean los políticos ya no se refieren a la búsqueda de soluciones o consensos sobre los problemas reales y esenciales de los ciudadanos, sino a marcar las diferencias en cuestiones culturales, ideológicas o morales que sirvan exclusivamente para polarizarnos.
Por suerte, con nuestro libre albedrío es posible luchar contra la naturaleza humana que nos lleva al arroyo del populismo. Todavía es posible luchar contra el abuso de poder que, destruyendo nuestro individualismo, nos va convirtiendo en ovejas sumisas y obedientes.