Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


Comentando las Cruzadas de Runciman (II)

24/01/2021

Historia de las Cruzadas (Alianza, 2016) de sir Steven Runciman (1903-2000) es un volumen que comprende los tres libros en los que el historiador británico analizó y relató las ocho grandes Cruzadas que Europa hizo para expulsar a los musulmanes de Jerusalén y Palestina, conocidos como los Santos Lugares, y en la amplia geografía que entonces se denominaba Ultramar.
Es muy difícil resumir el contenido del libro de Runciman. La época de las Cruzadas se extiende temporalmente desde el año 1096, fecha del inicio del primer desplazamiento de miles de europeos -pueblo, clérigos y nobles-, hasta la última Cruzada, que se saldó con el retroceso absoluto de la cristiandad de todos los territorios que habían sido conquistados por los cruzados, el año 1291. 
Las Cruzadas removieron hasta el fondo las razas, los pueblos, las sociedades, las religiones, las sectas, la nobleza, el clero, los privilegiados, los campesinos, los burgueses, los esclavos, los Imperios, las Iglesias, los Reinos, las repúblicas (fundamentalmente Venecia, Génova y Pisa), etcétera, de Europa, África y Asia. La tensión entre cristianos y musulmanes en Oriente Medio, posibilitó la irrupción de Gengis Kan (1266-1305), que con su inmenso imperio mongol alteraría definitivamente la región. En dos siglos se pasó de una Europa feudal y agraria, a la Europa que anunciaba el Renacimiento, y que dominaría el mundo con su comercio marítimo. La fe en la Cruz, paradójicamente, abrió el paso al capitalismo y a la supremacía militar europea. 
Las Cruzadas fueron una sacudida que afectó a Europa entera, incluso a la Europa que aún era pagana -como los pueblos septentrionales que después serían cristianizados por la Orden teutónica-; y afectaría en menor medida a los reinos cristianos ibéricos, Castilla y León, Aragón, Navarra y Portugal, porque sus reyes prefirieron conquistar territorios de los reinos y taifas musulmanes de la península, o, en el caso de Aragón, porque sus soberanos ya estaban interesados por territorios italianos, mucho más que por hacerse presentes en Bizancio, Asia Menor, Egipto, Palestina o Siria. Roger de Flor (1266-1305), un caballero templario de origen catalán, comenzó defendiendo piadosamente los Santos Lugares, y después fue el ejemplo de lo que finalmente terminarían siendo las Cruzadas, un desastre para la cristiandad occidental, aunque hizo ricos y poderosos a algunos cruzados. 
El protagonismo de las Cruzadas la tuvo el papado; el Papa Urbano II predicó durante el Concilio de Clermont (1095), por primera vez, un llamamiento ecuménico a los cristianos de Europa occidental, en contestación a las peticiones del emperador de Bizancio, Alejo I.
Los bizantinos tenían problemas con los selyúcidas, una combativa dinastía turca procedente del Asia central, pero, sin embargo, el emperador Alejo I mantenía buenas relaciones con los califatos árabes de Bagdad y Egipto, de manera que Bizancio solicito auxilio sólo para detener la expansión de los turcos. Pero fue en vano. 
El llamamiento del Papa Urbano II no entró en los matices del emperador bizantino, pero además, un extraño personaje, un fraile místico con atribuciones de visionario, llamado Pedro el Ermitaño (1050-1115), con sus predicaciones en Francia, Alemania e Italia, desencadenó una emigración de cruzados pobres, que muy pronto se convirtió en un gigantesco movimiento, cuyo objetivo no era otro que reconquistar los Santos Lugares, sólo para los cristianos, y para empezar, los seguidores de Pedro el Ermitaño, se dedicaron a masacrar a los judíos de Europa, con gran tribulación de obispos y señores, que los protegían como médicos, prestamistas, comerciantes y otros necesarios oficios urbanos. El antisemitismo europeo se incubó en esta época. Pero el fanatismo, producto de mezclar la religión cristiana con la lucha contra las demás confesiones (se aseguraba el perdón de los pecados a los participantes), pronto se dirigió también contra los cristianos de Oriente, y en primer lugar, contra los cristianos de Bizancio, no sólo porque sus ritos griegos eran considerados cismáticos, sino porque la diplomacia bizantina cultivaba amistades con los musulmanes que no eran turcos. 
El papado quiso ser la piedra angular de la Cristiandad cuando lanzó la primera Cruzada, pero dos siglos más tarde, el papado romano, y el Imperio cristiano de Oriente, quedaron gravemente debilitados. Bizancio desapareció en 1453, y pocos años después, media Europa dejó de creer en el papa romano. Católicos y protestantes iniciaron entonces una brutal lucha recíproca que duraría más de un siglo.
Desde Godofredo de Bouillon, conquistando Jerusalén (15 de julio de 1099), hasta el rey San Luis, muriendo en Túnez (25 de agosto de 1270) en la última y desastrosa cruzada, la nobleza y la realeza francesa imprimieron su estilo, muchas veces brutal. Godofredo, aunque era un piadoso cristiano, no pudo detener el asesinato de todos los musulmanes y judíos -hombres, mujeres y niños- cuando los cruzados entraron en Jerusalén. Hay que señalar que Pedro el Ermitaño prometía la salvación eterna a quien se dedicase a la misión de matar a los incrédulos. Steven Runciman relata que en el Templo de Jerusalén, la sangre de las víctimas les llegaba a los cruzados a la rodilla. A partir de esa tragedia, el Islam se radicalizó, y juró venganza, algo que finalmente logró, con los turcos otomanos conquistando Constantinopla. Es una siniestra ironía, que cuando los Habsburgo, hispanos y austriacos, intentaron frenar a los otomanos, la corona francesa, heredera de los cruzados francos, se alió con los musulmanes turcos.