José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


De La Mancha a Sant Michel

09/11/2021

La Mancha en que habitamos y nos habita, La Mancha que nos hizo nacer es, desde El Quijote, un mito y un misterio indescifrable. Y hasta una marca de apropiación/identificación autonómica: el logo de un baciyelmo supuestamente quijotil. En mi lejana infancia sin libros en casa, El Quijote llegó con un maestro, don Máximo, que nos leía pasajes, deambulando por entre los pupitres del aula, con énfasis cervantino impostado y gritado, cuando no cómico; y ya ahí se nos pegó a las suelas del alma aquel caballero loco que alguien, sin duda tan loco o tan sabio, había colocado en mi tierra; desde entonces, cuando te preguntaban de dónde eres, solo había que decir, entre orgulloso y avergonzado, «de La Mancha».
Así, con el paso de los años, con la lectura de la gran novela universal de todas las novelas, y de las interpretaciones y rutas cervantinas al efecto, hemos ido acumulando contradictorias sensaciones en medio de esta tierra periférica de la capital del reino pero tan lejana y pasajera, a veces solo paisaje y tópicos. La última relectura del viaje cervantino, como trasunto y metáfora de lo real y lo ficticio, lleva la firma de uno de los jóvenes columnistas más incisivos del momento, Jorge Bustos, con el libro Asombro y desencanto (Libros del Asteroide, 2021). Una suerte, poco o nada frecuentada, de viaje desdoblado o ruta quimérica doblada sobre sí mismo: primero, la ruta del Quijote (junio 2015, con motivo de un reportaje en nueve entregas publicados en El Mundo, del 3 al 11 de agosto, con sus propias fotos) y segundo, un viaje, a dos, por la Francia de Bretaña, Normandía, París y los castillos del Loira, en agosto de 2019 e inédito. Y es que, casual circunstancia, nosotros cubrimos igual periplo francés un mes antes, añadiendo así otro insólito doblez sobre sí mismo, en dos geografías y culturas de las que no advierto mucho en común.
Son viajes unidos solo por la mirada culta y desinhibida de su autor (aunque no tan ciega, como dice al final, para negar las muchas diferencias), que busca a Montaigne y a Flaubert como buscó a Cervantes —siguiendo la célebre ruta de Azorín en 1905— y que, nada complaciente, nos retrató en su periódico bajo un sol manchego de lava fundente y la réplica de algún pueblo de la provincia que se sintió maltratado, pero cuyo texto original no ha dulcificado en absoluto en su paso al libro.
Y dos complementos. Edición bien anotada y buen material gráfico de archivo, a cargo de Isidro Sánchez y Ester Almarcha, de La ruta de Don Quijote, de Azorín (UCLM, 2005). Y lo mejor de nuestra actual literatura viajera, Más allá de la llanura (Diputación Ciudad Real, 2009), de Pedro Antonio González Moreno, donde desvela la doble mirada que nos enseña el Quijote: «siempre entre la ilusión y el desengaño». Al cabo, asombro y desencanto.