Se cumplen veinte años del asesinato de Rosana

Pilar Muñoz
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Serían las seis y media de la tarde del 25 de junio de 1998 cuando la joven salió en bicicleta hacia la casa de campo familiar de El Peral de Valdepeñas y ya no regresó. En su camino se cruzó un depredador, el mismo que mató a los novios hace 25 años

Tenía 21 años, una mirada limpia y una sonrisa franca. De regreso a su Valdepeñas natal tras finalizar el curso en la Facultad de Letras del campus ciudadrealeño y recién estrenado el verano, después de comer y realizar algunas tareas cogió su bicicleta y marchó a la casa de campo que sus padres tenían en El Peral, a unos siete kilómetros de Valdepeñas. Serían las seis y media de la tarde del 25 de junio de 1998. En un par de horas estaba previsto que regresara. Pero no regresó y el corazón de sus padres, de su hermano y su hermana se encogió. A Rosana le había ocurrido algo malo. Comenzaron las batidas tras la denuncia de su desaparición.  

De la incertidumbre de las primeras horas pasaron al miedo por lo que le podía haber ocurrido, a la angustia, a noches enteras sin dormir.

Valdepeñas se movilizó, se organizaron batidas, los amigos de Rosana Maroto Quintana acamparon en la plaza Mayor tras empapelar el pueblo con su foto por si alguien podía dar una pista sobre su paradero.

El domingo, 72 horas después de su desaparición, emergió del río Jabalón su mochila a pesar de que su asesino intentó que no saliera a flote metiendo dentro una gran piedra, de unos siete kilos. En el interior de la mochila había una gorra, una zapatilla de deportes sin cordón, una botella típica de ciclistas y una bolsa negra en cuyo interior había una camiseta y los pantalones cortos que ese día llevaba Rosana. Los policías tuvieron que contener la respiración al abrir la bolsa por el fuerte olor a vómito. Un depredador se había cruzado en su camino. Ya no había duda.

El pantalón de Rosana guardaba la prueba que acabaría acorralando a Gustavo Romero, aunque para ello hubo que esperar cinco largos años. El ADN hallado en el pantalón no coincidía con los perfiles genéticos que guardaba la base de datos de la Policía: el autor del crimen no se encontraba entre los fichados por delitos sexuales.

150.000 euros de recompensa. La familia y los amigos seguían buscando a Rosana sin escatimar esfuerzos y pidiendo ayuda llegaron hasta altas instancias, tantas que el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, se implicó en el caso y el Gobierno ofreció una recompensa de 25 millones de pesetas (moneda de curso legal entonces) a quien facilitara algún dato que llevara hasta Rosana.

Pero la búsqueda seguía siendo infructuosa, consumiendo a la familia y ahogándoles en dolor. Todos trataban de disimular, pero cuando se quedaban solos la desesperación se adueñaba de ellos.

 A últimos de octubre de 2000 encontraron la bicicleta de Rosana en un pozo de una casa abandonada. Entretanto, la Policía continuaba con las pesquisas y llegó a poner varios cebos para cazar al autor sin resultado.

Tres años después una mujer denunció malos tratos. Su marido era Gustavo Romero y esa denuncia en agosto de 2003 llevó al esclarecimiento del doble asesinato de Sara Doctor, de 20 años, y de su novio Ángel Ibáñez, de 24. Los había acuchillado hasta la muerte la noche del 19 de junio de 1993 tras violar de forma brutal a la chica. Asaltó a la pareja en el parque con intención de robarle, según declaró en el juicio. Esgrimiendo una navaja condujo a los jóvenes hasta la vía del tren, en una zona solitaria y poco iluminada, cerca de un matadero. Una vez allí apuñaló al chico y después agredió sexualmente a la joven, asestándole  puñaladas hasta causarle  la muerte.

La huida. Tres días después del asesinato de los novios de Valdepeñas, Gustavo Romero huyó, asentándose en Las Palmas de Gran Canaria. Al cabo de un lustro regresó a Valdepeñas y asesinó a Rosana tras hacerla caer de su bicicleta después de seguirla con su coche. La introdujo en el maletero del vehículo y la llevó hasta una casa de campo abandonada donde la golpeó, violó y estranguló. Luego arrojó su cadáver a un pozo.

En agosto de 2003 Gustavo Romero daba con sus huesos en la cárcel a raíz de una denuncia de la que había sido su mujer por maltrato (él la había abandonado y ya estaba con otra).

La declaración de malos tratos llevó al esclarecimiento del crimen de los novios. La mujer acabó contando a la Policía cómo llegó aquella noche del 19 de junio de hace 25 años su marido, cómo descubrió que llevaba la cartera del chico y cómo huyó a Canarias.

Los investigadores ataron todos los cabos y una vez confesó el doble asesinato de los novios empezaron a trabajar sobre un plan para resolver el crimen de Rosana Maroto. Tenían un ADN y ahora un hombre sobre el que recaían todas las sospechas. Consiguieron que Gustavo Romero, ya en prisión preventiva por la muerte violenta de los novios, diera una muestra de su ADN que se cotejó con los restos de semen hallados en el pantalón de Rosana. Y resultó que eran coincidentes.

Con este resultado, los investigadores empezaron a presionarle para dar con el cuerpo de Rosana y, tras ponerle contra las cuerdas, acabó señalando el lugar, dibujando dónde estaba el cadáver.

En una gris y lluviosa tarde noche del 16 de octubre de 2003 comenzaron los trabajos para recuperar el cadáver de Rosana del interior de un pozo, no muy lejos de donde había sido raptada, golpeada, violada y asesinada.

Gustavo Romero fue condenado a 103 años de cárcel por los tres crímenes, una pena que cumple actualmente en la prisión de Herrera de La Mancha.

Mientras tanto, quienes verdaderamente tienen una condena perpetua, condenados de por vida, son las familias de las víctimas. Aunque hayan pasado 20 años el dolor sigue estando ahí con la misma intensidad,  asegura a La Tribuna  Cristina Quintana, que tiene el corazón desgarrado desde el mismo día que desapareció su hija Rosana. Estos días están siendo muy duros para la familia.

«Nada atenúa el dolor que tienes por la muerte violenta de tu hija y cualquier motivo de celebración se convierte parcialmente en

tristeza porque Rosana no lo puede compartir», asegura Cristina Quintana.