Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


La nueva política y el viejo espíritu humano

11/02/2022

No digo nada nuevo si afirmo que la política de estas últimas décadas ha cambiado drásticamente en el mundo entero.  De hecho, y sigo a S. Huntington, en torno al año 2000 teníamos en el mundo en torno a ciento veinte democracias electorales, número que se ha reducido drásticamente en estos últimos años.  Evidentemente, el bienestar fue de la mano de esta democratización de la que hablamos, se multiplicó de forma desorbitada por todo el mundo y la globalización amplió de manera brutal el poder de las clases medias, incluyendo países como China y la India. 
Pero después del año 2000, el orden mundial más abierto y liberal comenzó a fallar. Las crisis a las que nos hemos visto sometidos estos últimos veinte años dejaron a las democracias liberales con una reputación más que dañada, como ha recordado Francis Fukuyama entre otros, donde además de una profunda recesión económica nos hemos encontrado con una también profunda «recesión democrática». De ahí el descenso en el número de democracias liberales de la que acabamos de hablar. 
Países como China y Rusia se han postulado como referentes de otro tipo de política y países como Hungría, Turquía o Polonia, países que se encontraban dentro de una democracia ya bastante asentada, han retrocedido a posturas más autoritarias y dictatoriales. Numerosos autores nos han hablado también del proceso sufrido en los países árabes, en los que aquella esperanzadora Primavera Árabe se vio abocada a sistemas políticos desastrosos que provocaron una inestabilidad mundial que hemos podido vivir en las mismas calles de países como Alemania o Francia, países asolados por un terrorismo que quería recordarnos que nuestros sistemas no eran tan envidiables. La salida de países como Afganistán nos lo ha recordado de manera bestial. Y el brexit y el panorama en EEUU han sido el ejemplo de políticas que han ido haciendo acto de presencia por toda Europa. 
Todo ha ido girando en torno a lo que se ha ido llamando «políticas de identidad», políticas de lo más variado que han ido dejando en un segundo plano otros debates de raigambre más económica, aunque nunca olvidados. Y es entonces cuando comenzamos a hablar también de «políticas de resentimiento», concepto que evidentemente no gusta a muchos, pero que no deja de intentar expresar el común objetivo de todas ellas a la búsqueda de políticas de reconocimiento público de la dignidad de grupos y naciones cuya dignidad se ha visto dañada o herida y que hay que restituir. Políticos como Vladimir Putin creo que se han situado en ese más allá de aquello en lo que Occidente ha creído que era una superioridad moral (la democracia liberal) y ha exigido y recuperado una dignidad perdida producto del abuso de esas democracias liberales que le rodeaban. Esa ha sido la dinámica de tantos y tantos políticos de todo el mundo, incluidos los países árabes, que han sabido jugar la baza de la dignidad perdida para justificar un discurso esperanzador para sus respectivos pueblos. Pero creo que siempre con la misma melodía: una dignidad pisoteada usada para la lucha por un reconocimiento que pueda justificar cualquier acción. 
Esto ha sido patente a todos los niveles y lo sufre desde el pueblo ucraniano a profesores universitarios obligados a renunciar a sus cátedras por determinados comentarios. Y es que la política de identidad hoy es una realidad que abarca las luchas políticas que nos rodean, desde revoluciones democráticas a movimientos sociales, desde nacionalismos a islamismos, desde los campus universitarios a las aulas de colegios de primaria. 
No pretendo decir que las cuestiones económicas hayan sido olvidadas. Las desigualdades económicas siguen jugando un papel importantísimo y crucial en nuestras políticas, más bien lo que pretendo decir es que las injusticias económicas se agudizan cuando se unen los sentimientos de humillación y falta de respeto. La política de identidad ha traído a primer plano una cuestión antropológica de fondo y que ha sido importante a lo largo de estos últimos siglos de reflexión filosófica, y es que además del beneficio personal y utilitarista que el ser humano buscaría en sus acciones, hay razones también profundas en el comportamiento humano relacionadas con las motivaciones y los comportamientos. Y esto exigirá un conocimiento también más profundo de lo que significa ser persona, un conocimiento más profundo de ese viejo espíritu humano, conocimiento que ningún profesional debe dejar al lado de cualquier análisis que se haga porque el ser humano es más complicado de lo que nos creemos.