Sobrevivir al gélido corazón de la montaña

María Albilla (SPC)
-

El paso del tiempo no resta ni un ápice de dramatismo a la tragedia de los 16 jóvenes que resistieron 72 días perdidos en los Andes, una lección de vida basada en el equipo y en una férrea confianza en ellos

Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. - Foto: Fotos: cedidas por alrevés editorial

Su historia sucedió hace medio siglo, pero escucharla sigue encogiendo el corazón. Imaginarla hace que la piel se estremezca al sentir el viento helado en la nuca y que el estómago se retuerza de dolor por el hambre. Parece imposible explicar con palabras el inmenso poder mental que tuvieron los supervivientes de los Andes, aquel grupo de 16 jóvenes que logró volver a casa después de 72 días dados por muertos, subsistiendo en el corazón helado de las montañas, donde se había estrellado el avión en el que viajaban.

Ocurrió el 13 de octubre de 1972. El avión en el que iban a bordo había sido fletado por el equipo escolar de rugby Old Christians Club de Montevideo para viajar a Santiago de Chile. Un error de cálculo del piloto hizo que el bimotor Fairchild F-227 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrellara en un glaciar en la cadena montañosa con 40 pasajeros y cinco tripulantes.

A lo largo de este medio siglo han sido decenas las películas, documentales y libros que han dado cuenta con mayor o menor exactitud de lo que aconteció en esos más de dos meses de infierno helado. En esta línea, el mes que viene aparecerá una nueva obra, La sociedad de la nieve (Alrevés), el título que bajo la pluma de Pablo Vierci recopila por primera vez el relato de todos los supervivientes 50 años después de aquella experiencia vital que el director Juan Antonio Bayona llevará con el mismo título a Netflix el próximo año.

Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. - Foto: Fotos: cedidas por alrevés editorial«Recordar me hace bien. Lo que viví en la montaña me ha servido muchísimo en mi segunda vida», explica Daniel Fernández Strauch, uno de los miembros del equipo que logró salir con vida de la tragedia. Durante décadas mantuvo su historia en silencio. No fue una cuestión de trauma, fue una cuestión de respeto hacia las familias de quienes no corrieron la misma suerte que él, pero reconoce que aquello que les sucedió es una «historia única», por lo que comprende que aún hoy sigamos recordando y escribiendo sobre su hazaña.

Fernández Strauch formó parte de la triada de líderes que tomó el mando de la situación. Era uno de los del grupo de los mayores junto a sus primos Adolfo y Eduardo y tras fallecer en el alud ocurrido 17 días después del accidente Marcelo Pérez, el capitán del equipo de rugby y líder natural del grupo, ellos tres asumieron la capitanía de una situación insólita en la que les salvó su fortaleza mental y el sentido de equipo. 

«Yo no tengo recuerdos de mucho frío en la montaña y sin embargo acá sopla un vientito y ya me da frío. Muchas veces pienso en cómo pudimos vivir aquello. Nunca tuve tampoco sensación de hambre. Lo único que tuve fue sensación de sed», explica quien sintió cómo se le quemaban los labios y la lengua al meterse el hielo directamente en la boca para hidratarse. 

Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. - Foto: Fotos: cedidas por alrevés editorialAsegura este superviviente que la esperanza y la fe fueron esenciales para soportar la vida a 30 grados bajo cero, rodeados de los cuerpos sin vida de sus compañeros, familiares y amigos; sin agua, ni comida, ni una fuente de calor y, más aún, tras conocer a través de una pequeña radio que habían hecho funcionar con mucho ingenio que, ocho días después del siniestro, se les dejó de buscar. Desahuciados en el corazón de la montaña andina había que aferrarse a alguna certidumbre. «Ahí quedó claro que sin esperanza no se puede vivir», comenta en una conversación telefónica desde Montevideo (Uruguay).

Como conectados por un hilo invisible, Daniel  pensaba en su familia y su novia -que luego se convertiría en esposa- como ellos en él. Siempre confiaron en que no estaba muerto. Su madre incluso mantuvo todos esos días una «torta de frutillas en el freezer», su favorita; la misma que le ofreció el día antes de partir y que él decidió que preferiría comer a la vuelta. Al día siguiente...

 Dos nombres fueron clave para que él pudiera degustar aquel dulce ante su satisfecha y emocionada madre. Sabían que si no iban en busca de ayuda morirían como el resto de sus compañeros, así que decidieron que una expedición partiría para buscar algún resquicio de civilización. Nando Parrado y Roberto Conessa fueron los elegidos. Junto a ellos partió Antonio Vizintín, que días después regresó al fuselaje ante la escasez de víveres para los tres.

Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. - Foto: Fotos: cedidas por alrevés editorial«Fue muy complicado elegir a los expedicionarios. Tenían que estar en la mejor forma física y debían tener una mente muy dura, muy firme. Aparte debían estar convencidos de hacerlo, no podía ser una imposición. Aquel trío tenía todo lo necesario para resolver aquello», concreta. Y, convertidos en dúo, lo hicieron. 10 días después lograron pedir ayuda y rescatar al grupo.

 Aquella experiencia, ahora lejana en el tiempo, pero no en sus corazones, les convirtió a los 16 en... en algo que probablemente no tenga una palabra aún para definirlo. «Somos un grupo muy especial. Nos decimos hermanos, pero no lo somos en realidad; somos amigos, pero tampoco, porque somos mucho más que amigos... Tenemos una relación muy especial», agrega.

«Que lleven mis cenizas»

Algunos de ellos han regresado a aquel lugar que de una manera u otra les cambió la vida. Eduardo nunca lo hizo. Probablemente tampoco lo hará. 

«No, nunca más volví a la montaña y no quiero volver. Allí pasé lo peor de mi vida y también lo mejor. El estado espiritual que logré en la montaña no lo he vuelto a conseguir y creo que si vuelvo solo me voy a encontrar con la tumba de mis amigos. No quiero. Prefiero quedarme con el recuerdo. El día que me muera que lleven ahí mis cenizas si quieren», especifica.

Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. Imagen del fuselaje del avión tomada por la Fuerza Aérea Uruguaya en enero de 1973 en el valle de las Lágrimas. - Foto: Fotos: cedidas por alrevés editorial«En todos los emprendimientos de mi vida siempre he pensado que lo que tenía que lograr era armar un equipo como el que tuve en la montaña. Con eso me hubiera llevado el mundo por delante. Si allá arriba hubiéramos sido un grupo y no un equipo nos hubiéramos muerto todos. Todos dependíamos de todos y lo sabíamos. Ahí me di cuenta de que se puede vivir sin nada y que lo que tiene valor en la vida es estar rodeado de ese equipo».

Y sí, una de las decisiones más duras que tuvieron que tomar fue la de cómo alimentarse. No todos estuvieron de acuerdo e incluso una de las pasajeras murió de inanición al negarse a comer la carne humana de quienes habían fallecido. «Llevó varios días decidirlo», comenta Fernández Strauch. «No teníamos nada.Se acabó el chocolate, el vino y las cuatro cosas más que había y sabíamos que o lo hacíamos o era un suicidio colectivo. Fue una de las decisiones más importantes. Si no, nos hubiéramos muerto», relata sobre aquella anécdota que dio la vuelta al mundo, y que es una de las 100 desventuras que tuvieron que vivir para poder regresar a sus hogares.

Fernández Strauch asevera que no le quedan heridas de aquello. Apenas unas cicatrices que ha vuelto a explorar en los últimos tiempos sobre todo para la producción de Bayona. Pero él se queda con una moraleja que ha aplicado toda su vida y es que «no hay que rendirse en ningún momento ni ante ninguna situación porque todo es posible». Hasta sobrevivir en el corazón helado de los Andes.