Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


Vladímir

03/03/2022

Desaparecido Trump de la escena política mundial, a la izquierda mediática de postureo 'woke' le ha pillado a contrapié que el enemigo común sea ahora Vladímir Putin, una vez que se ha rebelado como el psicópata que es. De ahí el esfuerzo continuo para desvincularlo del comunismo, para compararlo con Hitler, refiriéndose a él como nazi y fascista y pintándole un bigotito hitleriano en toda suerte de memes o pancartas, blanqueando así el origen comunista del personaje y constatándose la efectividad de la propaganda que durante setenta años nos colocó la Unión Soviética en el seno de las democracias liberales occidentales, pese a la tenebrosa historia que recae sobre el símbolo comunista.
Putin es hijo de la hoz y el martillo. Aunque en la práctica viene a ser lo mismo, Putin no es Hitler, es Stalin. Antes que comparar a Putin con el nacionalsocialismo alemán o con el fascismo italiano, anda que no tenemos referentes más directos, ajustados y concretos para señalar y comparar con este ex KGB. Así que Putin, más que a Hitler, que también, se parece a Lenin, Stalin, Jrushchov, Brézhnev, Mao, Deng Xiaoping, Xi Jimping, Kim Il Sung, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Pol Pot, Tito, Enver Hoxha, Ceausescu, Honecker, Najibulá, Samora Machel o Siad Barre, entre muchos otros históricos amantes de la libertad en la parroquia chupi guay humanitaria y universal.
Basta una referencia a 'El libro negro del comunismo', un repaso de los cien millones de muertos como consecuencia de las políticas homicidas de los partidos comunistas durante el siglo XX, del  historiador Stèphane Courtois: ciento sesenta millones en la República Popular China, veinte millones en la Unión Soviética, dos millones en Corea del Norte, dos millones en Camboya, cien mil en los regímenes comunistas de Europa oriental, cien mil en Latinoamérica, treinta mil en África y cien mil en la zona republicana durante la Guerra Civil Española.
Con un gran arsenal atómico, Putin no es más que otro dictador megalómano que viola la libertad de expresión, que persigue, detiene, tortura y envenena a cualquier activista político que se le oponga. Ya veremos hasta dónde llega esto, pero puede que debamos ir pensando en el delito de lesa humanidad, que se define como el ataque sistemático o generalizado contra la población civil. Los crímenes de guerra son aquellas infracciones de gran gravedad del Derecho Internacional Humanitario que se llevan a cabo durante un conflicto armado. Puede que algún día la Corte Penal Internacional, que también puede conocer de los delitos de lesa humanidad o los crímenes de guerra, de agresión o de genocidio, tuviera que imponer un serio correctivo a nuestro querido amigo Vladímir, si antes no acaba él con todos nosotros.
Mientras tanto, esperamos impaciente a ver qué dice de esto último Baltasar Garzón.