Entre vivos y difuntos

C. de la Cruz
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Torrenueva culmina la celebración de 'La Borricá', singular fusión de lo sagrado y lo popular en una fiesta que reúne a cerca de un centenar de jinetes y que aspira a convertirse de Interés Turístico Nacional

Imágenes de diferentes momentos de la celebración de ‘La Borricá’ - Foto: Rueda Villaverde

No hay disfraces, comparsas ni serpentinas en las calles de Torrenueva, un martes de Carnaval donde lo sagrado y lo popular se funden para dar lugar a una celebración que hunde sus raíces en el siglo XVII: ‘La Borricá’. Los burros y mulos que se utilizaban en otros tiempos han dado paso a los caballos, a cuyos lomos los jinetes recorren las calles de la localidad recogiendo donativos para las almas del Purgatorio.

La fiesta torreveña aúna el carácter lúdico de las carnestolendas, de los excesos del yantar, con la ritualidad de lo divino y la bendición de la propia Iglesia Católica. Y es que ambas esferas nunca han estado tan cerca como en Torrenueva. Por la mañana, cuando el sol ya clarea en el horizonte, se produce el primer toque de ánimas: los vecinos de Torrenueva acuden a la casa del ‘abanderado’, figura principal de esta festividad, para participar del ágape que prepara su familia. Este año, la de Jesús Toledo, un torreveño de 52 años. «Algo que se siente muy dentro, de cara a la gente es una responsabilidad muy grande, y los que somos de aquí lo vivimos de una forma muy especial, es una emoción por dentro», señalaba el protagonista.

Ofrecer comida y bebida es un honor, una forma de cumplir con una promesa de resolución divina por causas de enfermedad o por cualquier otro problema realizada precisamente al calor de esta fiesta, pero también un estipendio difícil de asumir. Por ello, en esta ocasión el Ayuntamiento corre con los gastos de una fiesta que fue declarada de Interés Turístico Regional en 2014, «un paso muy importante, pero ahora estamos luchando para que sea reconocida de Interés Turístico Nacional», reconoce el alcalde de Torrenueva, Julián León Bermúdez.

Entre vivos y difuntosEntre vivos y difuntos - Foto: Rueda VillaverdeNo era la primera vez que Jesús cumplía con esta misión, ya que en 2014 «sacamos la bandera en un grupo», y en esta ocasión «no había ninguna familia para poder hacerlo y el Ayuntamiento puso una lista para que se apuntase todo el que quisiera y me tocó a mí. Hace 30 años pasó lo mismo y le tocó a mi padre».

La bandera, un ‘memento mori’ que recuerda la fugacidad de la vida al incluir una calavera y dos tibias cruzadas de color amarillo en una tela negra.

Momento clave. A las 14 horas llegaba el segundo toque de ánimas, uno de los momentos más emotivos de la celebración. Poco antes comenzaron a llegar los jinetes a la casa de Jesús  Toledo y la banda municipal de música; lo que antes era distensión cobra gravedad, y es que con precisión suiza cuando el reloj marcaba las dos de la tarde se descolgaba la bandera del balcón de la casa y el preciado objeto era portado por Jesús Toledo, ya a lomos de su caballo y acompañado por el tamborilero y el portador del bastón de mando, símbolo de la inclusión de los poderes civiles en esta festividad. El ritual seguía su curso mientras las lágrimas recorrían los rostros de los jinetes y de todos los presentes, y es que la tradición pesa generación tras generación.

Entre vivos y difuntosEntre vivos y difuntos - Foto: Rueda VillaverdeEl siguiente punto llevaba a todo el cortejo, con el abanderado en cabeza, a la Iglesia de Santiago el Mayor donde el párroco realiza un responso, una oración litúrgica de difuntos.

A renglón seguido «visitan las siete ermitas de Torrenueva, procuran pasar por todas las calles del pueblo», señala León Bermúdez. Cuatro horas a caballo que exigen «un considerable esfuerzo», explicaba Jesús Toledo, que reconocía que en los días previos se había ejercitado con este fin.

A las 18 horas, la comitiva llegaba a la casa del párroco, al que hacía entrega no sólo de los donativos sino de la bandera, que quedaba en custodia hasta el próximo martes de Carnaval. Es la culminación de este particular ritual, roto en emoción por los aplausos de los asistentes.

Entre vivos y difuntosEntre vivos y difuntos - Foto: Rueda VillaverdeEl último acto de ‘La Borricá’ tenía lugar con la quema del pelele en la ermita de San Antón, la purificación del mal y también un símbolo del propio sentido de esta celebración, el recuerdo de las ánimas del Purgatorio, que según la Iglesia Católica es el estado de purificación de las almas de los muertos en el que purgan sus pecados antes de alcanzar la gloria.

El propio alcalde, Julián León Bermúdez, señalaba que «hay banderas pequeñas, de bolsillo, son promesas», y es que la celebración «es como la vida y la muerte, cuando pides una promesa es porque a lo mejor te estás muriendo y cuando se celebra es porque se está cumpliendo». 

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