Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Un verano atípico

05/09/2022

La capacidad de aguante tiene sus límites. Durante dos años, quien más quien menos ha experimentado una angustiosa sensación de pérdida; algo así como el preso que ve consumirse día a día su ilusión entre barrotes, viendo el mundo girar a su alrededor, al tiempo que la angustia se adueña de él. Insisto, durante dos años hemos vivido agonizando entre cifras de muertos, atemorizados de la mañana a la noche, pendientes de las terribles mascarillas, de los tests de contagio, de la tristeza, en una palabra, de salir con bien del túnel. Hoy día, aunque sabemos que el virus sigue ahí, instalado entre nosotros, merced a la Ciencia y al sacrificio de unos pocos, al menos le hemos perdido el miedo.
Los seis dramáticos meses de guerra consiguientes, viendo a los soldados rusos perpetrar matanza sobre matanza sobre el heroico pueblo ucraniano, han resultado decisivos en el progresivo silencio de los medios de comunicación con respeto a la Covid. Hoy, al cabo de seis duros meses de sufrimientos, asistimos asimismo a un progresivo mutismo sobre una guerra que se intuye larga (¡ojalá me equivoque!), suplantados por el padecimiento de los países europeos –entre los que nos encontramos–, involucrados en una drôle de guerre, por el hecho de haber apoyado, como era nuestra obligación, al honesto pueblo ucraniano, armándolo para defenderse, incurriendo de ese modo en la furia de Putin que, pese al bloqueo impuesto por la OTAN (y especialmente los Estados Unidos), empieza a generar estragos (en especial sobre Alemania). De tal modo que la guerra de Ucrania paulatinamente se está convirtiendo en la guerra del gas y del petróleo; la guerra de la tan temida inflación que amenaza con generar una hambruna de magnas dimensiones en los pueblos desprotegidos de África. Y en esas estamos ya en septiembre, con el otoño a la vista.
Basta escuchar las noticias, o coger un periódico, para comprobar que, como por ensalmo, las cifras de fallecidos por Covid o de civiles asesinados en Ucrania por las fuerzas de ocupación invasora, han desaparecido, y lo que manda son los récords de los precios de la luz, del gas y del petróleo, controlados por el sátrapa ruso, cuya bota amenaza con asfixiar la economía y el modelo de vida de los países democráticos. Dándose de ese modo la paradoja de que, en tanto los asuntos bélicos empiezan a irle declaradamente mal (máxime si tenemos en cuenta el hecho evidente de que, por más esfuerzos que ha hecho por ocultar al pueblo ruso la verdad de su malhadada aventura, la oposición desde dentro es ya una realidad), Occidente tiene ya plena conciencia de su poder (aquí y ahora) para ralentizar la maquinaria industrial y la economía de las naciones (sobre todo de las ricas), provocando las consabidas fisuras en lo que hasta ahora venía siendo una tenaza monolítica puesta sobre su garganta.
Y así estamos, justo en el momento que las economías familiares, que han visto sus ahorros de dos años diezmados por el abuso desmedido de los hosteleros (que este verano no lloran; antes bien están abusando como nunca de la situación), por el terrible descontrol de los precios de los productos básicos, por el aumento incesante de lo precios del gas, del petróleo y del euríbor, e incluso por el vertiginoso aumento del costo del material escolar, sobreviven al borde del infarto. Nada extraño, pues, que, pese a esa avalancha de calamidades, quien tenía unos euros disponibles, se haya lanzado al monte, al mar o a hacer el camino de Santiago; cualquier cosa con tal de olvidarse por unas semanas de la pesadilla en que entre unos y otros se está convirtiendo el planeta, donde la sequía hace estragos y el fuego lo arrasa todo.
Por fortuna, lo asombroso de nuestra especie es su enorme capacidad para ingerir la suficiente dosis de olvido, mirar para otra parte y exprimir la vida como se exprime un limón.