Manuel López Camarena

El Yelmo de Mambrino

Manuel López Camarena


La brigada insultadora no abastece

01/12/2022

Aunque sería difícil, muy difícil, que Pedro Sánchez y un servidor de ustedes fuésemos juntos a lugar ninguno, debo reconocer, por ser de justicia, que el presidente del Gobierno de España, que, estimo, no es lo mismo que Gobierno español, por aquello de los separatistas que ajan los terciopelos del mobiliario de las Cortes, se encontró, tras su toma de posesión, con una tarea de las de órdago a la grande, que dicen los fanáticos del mus. Verdad es que nadie, salvo su ambiciosa soberbia, le obligó a maniobrar para alcanzar su meta, mandar en el PSOE y en España, pero no es menos cierto que basta seguir y anotar en una libretilla los frentes que tiene abiertos y los problemas que, como miuras, tiene planteados hoy. 
Así las cosas, hace un par de noches o tres, mientras esa obsesa de ministra de Igualdad -igual dá- y sexo, se entretenía en acusar al PP de ser   animador-promotor de la cultura de la violación, -¡qué obsesión con el sexo, señora mía!- servidor se disponía a ver una película sobre uno de los líderes políticos más determinantes del siglo XX: Winston Churchill, el primer ministro inglés que llevó buena parte del terrible peso que sobre el conjunto de los países intervinientes, descargó la hecatombe que supuso la II Guerra Mundial.  Y a medida que la cinta avanzaba, no sé muy bien la razón, empezaba servidor a establecer una relación entre ambos personajes ya citados: Winston Churchill y Pedro Sánchez. Líbreme Dios de establecer un paralelismo moral entre ambos, porque no habría cosa más difícil de encajar, y más sin aristas, pero cierto es que ambos primeros ministros arrancaron su  carrera hacia las altas magistraturas de España y Gran Bretaña desde una militancia complicada en sus respectivos partidos, no destacando hasta hacerse con el poder en ambos. Sometidos a sistemas monárquicos parlamentarios, cada uno cogió su camino, su carpeta de los trabajos pendientes, y mientras Churchill, al principio en solitario, pues Francia cedió pronto, se enfrentaba a nada menos que a Adolf Hitler, Sánchez maniobró de manera que cayó, para mal de España, en manos de grupos separatistas o filoterroristas o herederos de grupos manchados de sangre tras múltiples asesinatos. Winston ganó, con determinantes e impagables ayudas, la II Guerra Mundial, mientras que Sánchez, con menor tarea, ganó su asiento de líder en Moncloa, pero fracasando en la tarea de lograr una situación de mayor concordia entre españoles, mayor moralidad  y mejor situación de bienestar para todos. 
Y así sigue el que podía haber sido secretario de Churchill, montado en la burra de la soberbia, el insulto y el menosprecio a la oposición, para lo que no duda en echar por delante a la brigada insultadora que encabeza la ministra Montero. Por cierto, a la presidenta Batet se le vieron las puntillas del partidismo.