Diego Murillo

CARTA DEL DIRECTOR

Diego Murillo


Cómo y cuándo erradicar la pobreza

13/12/2021

Existe el reto de erradicar la pobreza severa en la región en dos o cuatro años». Debo reconocer que esta frase tan categórica cuesta creerla y mucho más en una situación económica tan compleja y complicada como la actual y sobre todo en esta tierra. Este designio o propósito no procede de un político que, aunque fuera cierto, se le tildaría de electoralista e irrealista. Corresponde al tomellosero Carlos Susías, presidente de la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza y Exclusión Social (EAPN) -en Castilla-La Mancha agrupa a 53 entidades como Cruz Roja, Acción Contra el Hambre, Caritas o la Fundación Ceapim, Mujeres Opañel, entre otras-, quien cree que esta meta se puede alcanzar si se mantiene la red de ayudas desplegada durante mas de treinta años por diferentes organismos y en diferentes circunstancias. El desafío es mayúsculo porque la misma organización apunta en su último informe que el 30,7% de la población en Castilla-La Mancha está en riesgo de pobreza y/o exclusión social o que casi el 25% de los pensionistas está en una posición de vulnerabilidad límite.
Sin embargo, la afirmación de Susías se abre como un rayo de esperanza, como digo, en una situación de tanta incertidumbre como la presente. Es alentador que la malla de ayudas en estos casi dos años de COVID haya resistido a todo un ciclón pandémico en unos sitios más que otros. Y aquí Castilla-La Mancha parece haber sacado nota. Cierto que los datos económicos y la tasa de empleo y de industrialización han recuperado músculo pero todavía están muy lejos de los mejores ránkings. En cambio, el sistema ha aguantado en el momento más convulso de los últimos 50 años para el conjunto de la sociedad. Esto ha sido gracias al refuerzo de los planes de empleo, la llegada del ingreso mínimo vital o una política de vivienda más digna y a ese rosario de organizaciones del tercer sector que han hecho lo indecible para mantener la dignidad de miles de personas. Más allá de ideologías, hablar de pobreza severa en un estado miembro de la Unión Europea, supone encender las alarmas en un conjunto de países que en su día unió sus fuerzas para no dejar atrás a nadie. Con la pandemia, ha vuelto a ocurrir. Pese a la reticencia de socios centroeuropeos y determinadas cancillerías, España recibirá una serie de fondos que impulsarán la economía maltrecha por el parón de la primavera de 2020 y que de alguna manera facilita mantener esa red tan importante para aquellos que están fuera del sistema o del mercado laboral.
Habrá quien piense, y es legítimo, que tanta ayuda directa o indirecta limita la generación de puestos de trabajo o que se desatiende el impulso de las pymes. O puede preguntarse hasta dónde puede aguantar  las arcas de un estado como la española o de una región, como la castellano-manchega, con problemas de empleabilidad de índole histórica Lo que está claro es que la pobreza, en sus distintas vertientes, es el fracaso personal y colectivo de una sociedad. Y si la pandemia ha hecho posible abrir los ojos de la solidaridad y de un cambio de modelo, no dejemos pasar esta oportunidad. Al menos, intentémoslo.