Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Entre polvorones y villancicos

21/12/2022

Entre polvorones y villancicos llega la Navidad, como siempre, aunque nos cuesta ya reconocer a algunos las viejas navidades de antes. La nostalgia, al final, es un arma muy poderosa que convierte a lo antiguo en un gran edén aunque si lo volviéramos a vivir viviríamos también las deficiencias que ya no somos capaces de ver. No es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque a veces cueste sostener esta afirmación. Lo que se pierde con el tiempo es la juventud, y eso sí que condiciona todas las miradas. Lo cierto es que los polvorones y los villancicos continúan, y los mazapanes, el Belén y el árbol, y el alumbrado urbano y rural que da un toque de vida al invierno recién estrenado y ayuda algo al comercio y al turismo.
Evidentemente la Navidad es una fiesta de raíz rural que ha tenido una traslación envidiable a lo urbano. Las ciudades son visitadas como nunca en tiempo navideño en uno de los momentos más óptimos para el comercio y la hostelería. Sin embargo, la Navidad, en sentido estricto y desde que comenzó la era cristiana es una celebración rural, con pastores y porqueros, con panaderas y lavanderas, con mujeres que llevan un cántaro de agua y hombres que llevan un hato de leña, con José y María buscando sitio en alguna posada y terminando finalmente en una cuadra desvencijada, con el Niño Jesús naciendo entre una mula y un buey.
La evocación rural es tan evidente que hoy podríamos trasladar ese ambiente a cualquiera de los pueblos de nuestra España Vaciada. Habría que añadir, eso sí, a los teletrabajadores rurales, a los emprendedores urbanitas que terminan recalando en un pueblecillo de cien habitantes en busca de suerte y de plenitud, y habría que añadir esas preocupaciones, tan rurales ahora, por la digitalización y la conectividad que hacen posible que un pueblo no sea siempre una colina inexpugnable de difícil o imposible relación con el resto del mundo. Habría que buscarle las vueltas para que todo resulte completo, aunque bien mirado la función de conectar aquello de Belén con el resto del mundo la realizaba la estrella que venía del Oriente y que se posó en aquella aldea perdida donde tuvo lugar el acontecimiento que terminaría cambiado la historia de la humanidad.
Es cierto que todos los relatos religiosos de calado se desarrollan en ambientes rurales, como si lo urbano fuera una degradación de lo humano, no estoy de acuerdo con esa apreciación pero es así. El nacimiento en Belén no deja de ser una apoteosis del mundo rural, con todas sus luces y con todas sus sombras también, porque hay personajes que no salen muy bien parados, y al final tiene que llegar por allí un ángel anunciador para hacerles ver a los pastores lo maravilloso de lo que estaba ocurriendo, sacarlos de su indiferencia y su incredulidad. Todo envuelto en un misterio propio d de las ocasiones únicas.
Y es verdad que a medida que lo rural languidece el relato de la Navidad se va perdiendo de vista y queda convertido en la evocación de unas fiestas de invierno, una parada larga antes de continuar la marcha con la vista puesta ya en el verano y en algún puente que pueda salir de la primavera. Hoy el país se divide entre los de Feliz Navidad y los de Felices Fiestas, porque hoy todo tiende a estar dividido, encorsetado, encuadrado. La polémica finalmente es estéril y cada no lo celebra como Dios, su sentimiento y sus intenciones le da a entender, aunque, eso sí, no deberían entrometerse en la forma de felicitar a la gente ni las empresas ni los gobiernos que ya van marcando la pauta también en esto, dejando otra vez la libertad de cada uno metida en una cuadricula.
Entre villancicos y polvorones llega una Navidad que no termina de ser tan plena como nos hubiera gustado. Parece que el Covid ya no es el gran problema, pero la inflación sigue apretando y las incertidumbres políticas alcanzan niveles alarmantes. No terminamos de ver el panorama despejado y no terminamos de entregarnos a la jarana con el furor de otras veces, pero los polvorones, los villancicos, y la lotería de Navidad dan testimonio certero de un tiempo que nunca se extingue porque finalmente es una necesidad vital, además de  un arraigo cultural, parar un rato en la entrada del invierno y celebrar, en el pueblo y en la ciudad, eso que siempre hemos llamado Navidad, seguramente las fiestas más entrañables de todas las que han existido o puedan existir.

«La evocación rural es tan evidente que hoy podríamos trasladar aquello de Belén a cualquiera de los pueblos de nuestra España Vaciada»