Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


La paradoja del votante

10/06/2022

Anthony Downs, fallecido a finales del 2021 a los noventa y un años de edad, es considerado el autor clave de una corriente que hoy se conoce como teoría económica de la política o teoría económica de la democracia. Para él, ésta no es más que un método de selección de líderes y gobiernos. Con ello presentaba el estadounidense un modelo realista de lo que es, para él, la política. Su justificación creo que es seria y profunda, de ahí que los interrogantes a los que nos lleva haya que meditarlos profundamente si queremos fundamentar como se debe la política de nuestras democracias.
Perteneciente a la Escuela de Virginia, se centró, junto al resto de autores de dicha escuela también conocida como Public Choice (por ejemplo M. Buchanan) en el análisis económico de la política, es decir, en el estudio económico de la toma de decisiones que no podemos considerar en sí como comerciales. El modelo que Downs se propuso construir es uno que explique cómo los políticos, los partidos y los votantes realmente son movidos a actuar no por ningún hipotético bien común, sino meramente por motivos egoístas. 
Downs renuncia en su proyecto a toda ética, como otros muchos pensadores a lo largo de estos siglos, pero él lo hace desde la asunción de principios como que los partidos políticos los forman personas que sólo buscan buenos puestos para mejorar sus rentas, su prestigio y su poder, que el poder económico de los gobiernos es prácticamente ilimitado o que cada agente persigue sus fines con una utilización mínima de recursos y busca un ingreso que exceda el coste. 
Si bien es cierto que algunos de estos principios darían mucho para debatir, sí que le servirán para formular su tesis principal: los partidos políticos establecen su política estrictamente como medio de obtener votos, su única finalidad es la conquista del poder y la función social de los políticos es consecuencia de sus motivaciones privadas (renta, poder y prestigio). Es decir, que no son más que empresarios que venderían política a cambio de votos. 
Y con esto llegamos a lo más importante. En un mundo como el nuestro, caracterizado por el conocimiento imperfecto, ni los políticos conocen bien los deseos de los ciudadanos ni éstos saben realmente qué planes tiene el gobierno, de ahí que el juego que quede es el de la persuasión, la ideología y la ignorancia racional. Por la persuasión, el partido político está legitimado para jugar con aquellos ciudadanos que influyen en la sociedad y conceder favores a cambio de votos; por la ideología, el partido político debe contar con la falta de información de la gente y proponer eslóganes políticos que le generen los mayores votos posibles (habla incluso de que las ofertas de los partidos deben ser ambiguas para luego poder pactar más tarde con quien se quiera); por la «ignorancia racional», y siguiendo el axioma de que es racional realizar cualquier acto si su ingreso es mayor que su coste, sólo sería racional que el ciudadano obtuviese la información gratuita que no le suponga ningún esfuerzo (escuchar la radio mientras va en el coche, charlas con amigos, etc.), ya que el coste de obtener más información superará el beneficio que puede reportarle. Sería un despilfarro de recursos que puede aprovechar de otra manera. 
De esta forma llegamos a la «paradoja del votante» (José M. González García) y que podríamos resumir así: por pequeño que sea el coste de emisión del voto (o de obtener información para votar con conocimiento de causa), es siempre mayor que la probabilidad de que su voto determine qué partido va a ganar. El coste supera siempre a la utilidad esperada. Por consiguiente, la ignorancia política y el abstencionismo no son consecuencia de actitudes apáticas, sino que son más bien, según nuestro autor, una respuesta racional a los hechos de la vida política en una democracia amplia.
Es decir, habrá que contar con la persuasión, la manipulación y la ignorancia como elementos fundamentales de nuestras democracias. Si esto es así, ¿cómo afrontar los problemas tan graves que vive hoy nuestro mundo? James Lovelock ha llegado a afirmar que habría que detener momentáneamente nuestras democracias para hacer frente a un problema tan grave como el ecológico y Martin Rees ha llegado a afirmar que sólo un déspota ilustrado podría imponer hoy por hoy las medidas necesarias para superar el siglo XXI de forma segura (piensen sólo en la que se nos viene con el tema de las pensiones). El reto que estos autores nos proponen es importante y de la capacidad que tengamos para responderles va a depender la salud democrática de nuestras sociedades, si es que aún queda alguna.