Diego Murillo

CARTA DEL DIRECTOR

Diego Murillo


Una influencia de ida y vuelta

31/10/2022

La UCLM acogió el pasado martes  unas jornadas sobre los 40 años del Estatuto de Autonomía, organizado por las Cortes de Castilla-La Mancha. Este tipo de recordatorios sirven para mirar por el retrovisor y al mismo tiempo comprobar todo lo que se ha andado sin perder la vista en el camino. Acudir al pasado ayuda a forjar el presente y asegurar el futuro. Como ha ocurrido este fin de semana con el Partido Socialista en Sevilla, con motivo de la conmemoración de la victoria de 1982, la reafirmación de los valores consigue mantener los lazos por muy distintas que sean las visiones de los líderes de diferentes generaciones, aunque sea de manera forzosa y a regañadientes.
En cuanto al desarrollo de una comunidad autónoma, el balance en términos absolutos no puede ser más satisfactorio. Los índices de los años ochenta con los actuales son incomparables en todos los términos. En la charla con el expresidente regional José María Barreda, ponía de relieve el punto de partida: «Todo estaba por hacer». Y todo era todo. Como muy bien definió, en la etapa predemocrática, La Mancha, considerada todavía hoy tierra de paso, sufrió el ostracismo de la administración central en todos los ámbitos. Sin universidad, sin red de bibliotecas públicas, sin una educación universal, sin apenas infraestructuras y con el agravante de la construcción de un trasvase Tajo-Segura que esquilma recursos y desarrollo al norte de Castilla-La Mancha, el reto era inmenso pero al mismo tiempo esperanzador para una generación de políticos que tenían que partir de cero en todos los sentidos. Sin quitar mérito ni valor a las iniciativas que se pusieron en marcha, ese papel en blanco quitaba presión y daba margen para hacer y deshacer cualquier proyecto. Con cantidades ingentes de fondos europeos de por medio, el avance fue y ha sido mayúsculo. Otra cosa bien distinta es la convergencia que clama la Unión Europea con la utilización de ese mini plan Marshall para no descolgarse del desarrollo no solo de lo vecinos internos del país sino con el resto de regiones europeas. Y aquí, como suele ocurrir, el acicate y la autocrítica por acortar distancias en desempleo, creación de empresas, inversión, I+D o en cultura es prácticamente nula. Es cierto que a cualquier Gobierno autonómico le gustaría engrandecer más su industria, sus infraestructuras y su política de influencia con Moncloa que, por mucho autogobierno al que se aspire, es la que decide las grandes estrategias para cambiar el destino de las regiones. Y aquí, con el sistema de representación en el Congreso de los Diputados se hace más difícil aún. Tampoco ayuda la intrascendente aportación del resto de formaciones políticas, en especial el PP, en abanderar causas, proyectos o en forjar líderes durante estas cuatro décadas con la suficiente resolución para ser una alternativa duradera. Génova ha mirado de reojo en demasiadas ocasiones y no ha tomado en serio a esta región, por lo que ha dejado vía a libre al PSOE para encadenar mayorías absolutas, a excepción de la etapa de Cospedal y la posterior legislatura. A las puertas de unas elecciones, hay quien pronostica que la batalla estará más igualada de lo esperado por la influencia de la política nacional. Para bien o para mal, la dependencia con Madrid pesa más de lo que pensamos. En los próximos cuarenta años, la influencia deberá conjugarse a la inversa, es decir, de Toledo hacia Madrid para que cuando se vuelva a mirar atrás no tengamos el desasosiego de que tal vez se pudo avanzar más.